jueves, 25 de junio de 2015
El día en que el Papa Juan Pablo II viajó en colectivo
Es poco recordado en general el hecho de que durante su primera visita a nuestro País, durante la Guerra de las Malvinas, el Papa Juan Pablo II viajó en colectivo, luego de su visita a la Basílica de Luján.
El hecho es anecdótico de por sí, pues ese viaje, entre la Basílica y la estación del ferrocarril, no estaba previsto. Es muy recordado entre los colectiveros lujanenses de la época, varios de los cuales aún continúan en funciones y otros, aunque retirados de la tarea de conducir, cumplen otras tareas dentro del mismo gremio.
Angel Milán, fué el "colectivero papal" que recordó el día más importante de su vida
".... Yo era, en aquel momento, gerente de la empresa Libertador San Martín, que explotaba la línea 501 acá en Luján. Antes de la llegada del Papa, recibimos un llamado de la Municipalidad, que nos pidió tres colectivos para trasladar a periodistas y responsables de prensa. Y quise ir personalmente, para estar cerca del Papa y vivir todo ese acontecimiento por dentro. Fue difícil llegar a la basílica. Estaba todo bloqueado por la increíble cantidad de gente que había llegado de todos lados para ver a Juan Pablo II. Cuando logramos llegar, estacionamos los tres coches detrás de la basílica y quedamos a la espera de entrar en funciones.
Entretanto, nos informan que los planes habían cambiado: no transportaríamos periodistas si no a una gran cantidad de Cardenales y Obispos nacionales (que habían llegado de todo el país) y del CEPAL (N. de la R.: Conferencia Episcopal Para América Latina) porque se habían olvidado de proporcionarles un medio de transporte para el momento en que todo hubiera terminado. Mientras la espera continuaba, se acercaron tres obispos a los coches estacionados. Se subieron a uno de ellos y comenzaron a conversar. Y en ese momento comenzó a lloviznar.
Se bajan del colectivo y uno se acerca a mí. Lo reconocí: era el Monseñor Calabrese. Y me pregunta, así como si tal cosa: ¿Se anima a llevar al Santo Padre? Me quedé duro, sorprendido. ¿Yo transportar al Papa? Hasta creí que se trataba de una broma... pero me aclararon el porqué de tal decisión: estaba previsto trasladarlo en los vehículos presidenciales, Ford Fairlane, que el Gobierno Nacional había mandado a Luján. Pero, además de estar blindados, tenían vidrios polarizados.
Juan Pablo II había dado la orden de que quería estar cerca de la gente. Que quería ver al pueblo. Y en esos automóviles no podría estar todo lo cerca que él pretendía. Y por eso los obispos comenzaron a buscar desesperados un vehículo apropiado... y se cruzaron con los colectivos. "Son propicios" habrán pensado.
Yo estaba muy nervioso y a la expectativa, cuando veo venir hacia mi coche a los cardenales Pironio, Calabrese y Primatesta junto al cardenal Paul Marcinkus. Subieron, charlaron unos segundos y se me acerca Marcinkus, que en perfecto castellano me dice: "Usted ha sido el elegido para llevar al Papa". Y, lo juro, se me aflojaron las piernas. ¡Quién sabe por dónde andaría mi presión!
Marcinkus y Calabrese habrán visto mi cara y se acercaron. -Quédese tranquilo -me dijeron- Su Santidad es una persona muy cálida y humilde y su presencia le dará mucha paz-. Otros prelados y el personal a cargo del Papamóvil también se acercaron para intentar calmarme. "Es un tipo piola" me comentaron. No va a pasar nada... Estudiaron a los tres colectivos y eligieron al interno 1, el más nuevo de la flota.
La Policía Federal protestó. Argumentaban que no se podía transportar al Santo Padre en un colectivo sin la más mínima seguridad. Ordenaron revisarlo y un montón de policías se subieron al coche. ¡Casi me lo desarman! Tan puntillosa fue la revisión que hasta me desmontaron los fierros que sostenían la boletera...
Yo no podía más de los nervios. Tras eso, se acercó una persona que me indicó que por un tema de seguridad nacional debía sí o sí tapar con algo los destinos pintados en el cartel luminoso. Uno de ellos era "Cuartel 5°" y justo estábamos en guerra con los ingleses... Salí corriendo y encontré un negocio abierto. Conseguí dos banderas argentinas y las montamos como pudimos sobre los carteles.
Entretanto, acomodaron un asiento junto al mío, para que la gente pueda ver mejor a Juan Pablo II y que él tuviera una vista, digamos, privilegiada. Pero el asiento resultó un tanto incómodo, porque hubo que ponerlo cerca de la palanca de cambios la cual, otra no quedaba, le quedaría al Papa entre las piernas.
Yo seguía muy nervioso. En un momento, comenzaron a salir obispos y los colectivos se llenaron. De repente veo una marea de flashes que, lo juro, enceguecían: llegaba el Papa.
Saludó a todos y se acercó al coche por su parte delantera, pero caminó a lo largo del coche y se subió por la puerta de atrás para saludar, uno a uno, a todos los obispos y cardenales que estaban ya acomodados dentro del coche.
Yo ya estaba acomodado en mi asiento y él vino y se sentó a mi lado. Lo único que atiné a hacer fue tenderle la mano y el me la tomó, como tranquilizándome. Apuntamos para salir y lo que vi era sorprendente: había personas y personas apiñadas una arriba de la otra. ¡No se veía ni la calle!
Salimos primero, con las motos policiales que nos abrían paso. Yo había recibido la orden de no abrir las puertas pasara lo que pasase. Les indiqué a los motociclistas que me abrieran paso por delante y por los costados y comenzamos a avanzar. La gente era una marea humana, gritaba y cantaba... ¡No se veía nada! Y el Papa bendecía, a ambos lados de la calle.
A las cuadras junté coraje y me animé a hablarle. -¡Cuanto entusiasmo hay en esta gente!- Le comenté. -Molto, molto, molto...- me respondió. Fue lo único que le dije en todo el viaje.
Finalmente, llegamos a la estación, donde debía abordar el tren especial. Saludó a todos los cardenales y, antes de bajar, se dio vuelta, extrajo un rosario de entre su sotana y me lo regaló. Me dio la mano y se despidió.
Por suerte todo salió bien. Al tiempo, me llamó Monseñor Ogñenovich, el obispo de Mercedes, para que le escriba una carta a Juan Pablo II. Se la debía acercar a él, quien la llevaría personalmente al Vaticano. Tardé muchísimo en hacerla, porque mi dilema era: ¿Qué le pongo? Parientes y amigos quisieron ofrecer ayuda, pero terminé escribiéndola solo y llevándola personalmente al obispado de Mercedes.
Al tiempo, justo el 11 de septiembre que es el día de mi cumpleaños, llegó una carta sin remitente: era del Vaticano. Era la contestación de Juan Pablo II a través de su secretario, que me hacía llegar sus bendiciones para mí y mi familia y un agradecimiento por haberle escrito.
Pero todo no terminó ahí: llegaron los reportajes en revistas; uno en televisión, que me hizo Mónica Cahen d´Anvers e incluso fui uno de los "personajes del año" de la revista Gente, en 1982. Aún conservo la carta, que enmarqué junto a una fotografía. Y el rosario lo tiene mi hija, porque tuve una grave enfermedad en el corazón y sufrí una operación importante en la Clínica Favaloro. Lo llevó el día de la operación y salió todo bien. Y nunca más se desprendió de él. Y también conservo la campera que llevaba ese día de recuerdo. ¿Ponérmela? ¡Ni loco! Si no me va a entrar......"
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