lunes, 29 de diciembre de 2014

" IDA" rumbo al Oscar


Es posible que con Ida de Pawel Pawlikowski, el cine polaco (que tiene una valiosa historia que incluye nombres como los de Munk, Kawalerowicz, Wajda, Zanussi o Kieslowski) esté volviendo por sus fueros.
Faltan todavía dos meses para el Oscar, pero vale la pena llamar la atención acerca de él. Se va a seguir oyendo su título, y el nombre del director Pawlikowski, en el cercano futuro.
Pawlikowski, de 57 años, regresó a su Varsovia natal para contar una historia que lidia con un tema que lastima algunas sensibilidades: la colaboración polaca con el régimen nazi durante el Holocausto. La protagonista (Agata Trzebuchowska), cuyo nombre da título al film, es una novicia que decide, antes de convertirse en monja, visitar a su único familiar vivo, una tía (Agata Kules- za), jueza implacable del régimen comunista, que la sumergirá en un pasado secreto y lleno de persecuciones y venganzas. "No podemos olvidar ni borrar", sostiene Pawlikowski, un polaco que emigró de joven a Reino Unido.
Ha podido señalarse que el uso del blanco y negro no es un capricho en el film. Como lo hacía Michael Haneke en La cinta blanca (2009), se ha dicho que esa elección estética adquiere sentido en el momento en el que la fotografía saca a relucir las virtudes de su gama cromática: un primer bloque dentro del convento, por ejemplo, proporciona imágenes de pura calidad pictórica, con juegos de sombras o espacios que oprimen a los personajes en el encuadre, y vierte referencias sobre varios maestros de la pintura, desde Vermeer a Millet. Otro rasgo destacado por la crítica en el estilo de Pawlikowski es la inmovilidad de la cámara, lo que establecería una involuntaria relación con Whisky de Stoll y Rebella. De hecho, hay solo dos movimientos de cámara en el film, un traveling lateral, y un seguimiento frontal (en Whisky no había ninguno). "El cine es movimiento interior", solía decir el maestro Robert Bresson, quien tampoco solía mover mucho la cámara.
Sin embargo, ha podido observarse que la maestría de Pawlikowski consistiría en su habilidad para generar un dinamismo dentro del encuadre, y lograr un ritmo adecuado en su equilibrio entre los largos planos generales y tomas más cortas que comunican otra urgencia. Ha habido también particulares elogios para sus dos actrices: el modo como Trzebuchowska encarna a la inocente y timorata Ida, ignorante del mundo real más allá de su encierro monacal, y que vive a lo largo del film un tránsito espiritual que tiene que ver con su su estirpe, pero también con los estímulos y tentaciones de la vida de afuera. Y frente a ella, Agata Kulesza constituye algo así como su contrafigura, una mujer arisca y misántropa que ahoga sus miserias en alcohol. Se ha señalado que ambos personajes son, a primera vista, el ángel y el diablo, una pareja extraña con pasado común y presente dispar. Cada una debe encontrar su lugar en el mundo y la paz para seguir viviendo. Necesitan pasar página y vivir otra vida: una debe conocer la memoria que le fue robada, la otra descubrir si todavía hay para ella un futuro en un mundo plagado de represalias. El contrapunto entre esos dos caracteres (y la sutileza con que sus actrices lo comunican) constituye al parecer una de las grandes cartas de la película. Y la vocación por las disyuntivas morales que la película se plantea solo puede ser definida como "muy polaca". Polonia supo realmente hacer un cine preocupado y adulto, y al parecer ese cine está, felizmente, de regreso.

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