miércoles, 4 de marzo de 2015

Un gran polaco: Zygmunt Lawrynowicz


Zygmunt Lawrynowicz nació el 24 de agosto de 1920, en el año del “Milagro sobre el Vístula” como él mismo describe. Es el cuarto hijo de Witold y Helena Grotthus. Sus hermanos mayores son Czeslawa (12-03-1910), Romuald Andrzej (08-09-1911) y Wladyslaw (26-12-1915). La autobiografía de Zygmunt es como sigue:
Infancia y Juventud
Nací en el año 1920 del mes de agosto día 24. En el año del “Milagro sobre el Vístula” en un vagón de ferrocarril (aun se oían los ecos de la artillería de las hordas soviéticas). Renacía Polonia. Mi padre era jefe de ferrocarril de la sección de Brzesc. Vi la luz del día en un coche dormitorio, que era nuestra casa sobre ruedas en Skarzysk Kamienny. Exactamente no sé cuánto tiempo viví en el lugar de mi nacimiento. Pero seguramente fue breve. Porque mi casa sobre ruedas se estacionó en Brzesc Nad Bugiem (Brzesc sobre el río Bog). En esa población pasaron los años de mi infancia, estudios, mi juventud en la casa familiar sobre la calle Graniczna número 34. La casa era bastante grande. El resto de la propiedad lo ocupaba la huerta y plantas frutales. Se me grabaron en la memoria los guindos con variedades jugosas y deliciosas guindas. Los arbustos de frutos rojos estaban con sus ramas cargadas. Mamá Helena preparaba frascos de confituras, mermeladas y jugos. La entrada a la casa estaba franqueada por árboles de lilas. Para primavera del mes de mayo esas lilas florecían, el aire estaba saturado de perfumes. Se formaba una especie de túnel que conducía hasta la entrada principal.
La localidad de Brzesc estaba enclavada en la confluencia de tres ríos: el más cercano Muchawiec, luego el Lesna (un verdadero acuario natural) y el majestuoso y traicionero Bug, el más grande de los tres. Sus aguas eran turbias y tenebrosas. Riqueza ictiológica. Siendo pequeño corría en maratón sobre el Lesna (quedaba a 7 km de nuestra casa). Gran fiesta eran los fines de semana, porque ya el viernes mamá preparaba comida para dos-tres días y todo el grupo nos íbamos al Lesna y acampábamos junto a una hoguera. Mi madre amaba la pesca. Este entusiasmo lo heredó de su padre Stasio Grotthus, mi abuelo, y yo de ella. Recuerdo un incidente de estos campamentos. Cerca del río había campos sembrados con papas. Yo, sin avisar a nadie, me escabullí con la intención de desenterrar algunas para asarlas en las cenizas. En esta tarea me pescó el patrón, un bielorruso, gritando en su idioma “te voy a ahogar en el río” y realmente me arrastró hacia el río. Grité desaforadamente, me escuchó Romek (Romuald) interviniendo y salvándome.
Teniendo siete años algo comencé a saber o presentir sobre los problemas de mi padre Witold cuando perdió su puesto de jefe de ferrocarril (Romek contaba que fue por razones políticas). Llegó el momento de ajustarse el cinturón. Witold empezó a buscar trabajo. Viajó a Lodz con mi hermana Czesia. Mamá se quedó con nosotros, o sea con Wladzio y conmigo.
También recuerdo que teníamos un verdadero lobo. A mi padre le gustaba cazar. De una de esas cacerías trajo un cachorro de lobo, todavía medio ciego y lo alimentó con biberón. Yo lo llamaba “Wilczek” (lobito), se convirtió en un poderoso animal y fue el temor de los alrededores. Con respecto a esto se me grabó un incidente (seguramente no el único). Wilczek tenía su cucha junto a la entrada de la cocina (yo tenía entonces tres o cuatro años). Siempre jugaba en la parte trasera de la casa. Una vez advertí que el lobo masticaba un trozo de chapa oxidada. Corrí queriendo sacárselo. Me tomó por el cuello y sin ceremonia me metió a la cucha. Grité de miedo. Salió mamá llamándome no sabiendo dónde estaba. Por fin vio mis piernitas sacudiéndose en la cucha. Asustada llamó. No sé quién me sacó de la cucha. Sólo que me asusté mucho y lloraba. Desde entonces mis relaciones con Wilczek se enfriaron. En esos años los tiempos eran de inquietud, los inviernos crudos, los robos y asaltos a la orden del día. Wilczek a la noche era liberado de su cadena y era el terror de los alrededores. Nunca nos tocaron nada. Sólo recuerdo en las heladas noches invernales cómo aullaba poderosamente hasta ponerme la piel de gallina. Al cumplir siete años empecé la escuela primaria. Mi maestro era el señor Porebski. Mi padre era presidente del consejo familiar. La escuela era nueva, de madera pero luminosa y limpia. Al terminar la primaria rendí examen para el secundario llamado Maslowski, el cual desaprobé (creo que en matemática y geografía). Mi padre por supuesto me apodó burro y suspendió las excursiones a pescar y otros agradables juegos. Comencé a estudiar las materias desaprobadas preparándome para la escuela técnica llamada Mariscal Jozef Pilsudski. ¿Será el destino? Me fue bien, fui aceptado para primer año. Esa escuela fue fundada por Ferrocarriles Estatales de Polonia reconociéndose el diploma. Uno de sus primeros egresados fue Zygmunt Malak y también años después Wladzio. La escuela era paga y bastante cara pero con gran nivel técnico. Tenía cuatro especialidades: Caminos y Construcción (Civil), Mecánica, Ferroviaria y Mejoramiento. Yo quise hacer Mecánica, pero en la elección me influyó Romek (como de hecho en otras cuestiones). Como la escuela era paga, para ayudar a mi padre, ingresé a la orquesta que era el orgullo cuando los domingos y fiestas patrias acompañaba a la iglesia a todas las escuelas secundarias de Brzesc. De esta forma el director, profesor Czapkiedicz, me rebajó a la mitad la mensualidad. Diré que era primer cornete. El 1º de agosto de 1939 recibí el diploma de Técnico Constructor. Como técnico recién recibido (con promedio no de lo peor) conseguí empleo en la Jefatura de Construcciones del Ejército en Brzesc. Luego fui recomendado y empleado por la empresa constructora del ingeniero Rostkowski de Varsovia, la cual hacía trabajos relacionados con la construcción de bases aéreas en Malaszewicz. Este lugar está sobre la línea férrea Brzesc-Siedle. La base y los hangares estaban destinados a la división “Losi” (bombardero liviano, máquina muy buena según la opinión de los pilotos). En una exposición en Bruselas se vendieron decenas de estas máquinas. Para ser un joven aun no mayor de edad ganaba muy bien. Después de un breve período de prueba ¡hasta doscientos cincuenta zlotych! El sueldo de un empleado administrativo era de ciento veinte-ciento cincuenta zl. Estaba lleno de entusiasmo. Mi jefe contento conmigo me aseguró trabajo después del servicio militar (servicio Tow). En agosto me llegó el aviso para presentarme a un curso de seis semanas a un destacamento de trabajo (algo parecido a la organización alemana Todd).
Perdón por la digresión vuelvo a la etapa de los estudios. Estudiaba en serio. Los últimos dos años Romek y su esposa Zenia me ayudaban económicamente pagando una parte de la cuota (salía 40 zl. mensuales). Mi padre no estaba en condiciones. En premio por mi aplicación, Romek y Zenia me pagaron unas hermosas vacaciones. Conocí entonces nuestras costas y el Báltico. De las quietas superficies de las aguas de los ríos, el ruidoso oleaje del Báltico me dejó una impresión imborrable. Perdón, junto al mar estuve por segunda vez. La primera cuando tenía un año y medio y chuecas raquíticas piernitas en Sopot y en Hel. Romek corría conmigo por la playa llevándome a caballito y zambulléndome en el agua salada (para que esas piernitas del hermanito se enderezaran). ¡Era mi santo Cristóbal!  Estando de vacaciones en la playa (creo que era el año 1937) fui testigo del desastre aéreo donde se mató el general Dreszer. En el entierro estuvo el profesor Moscicki, Rydz Smigly y otras personalidades. Parábamos entonces en la casa de un pescador.
Partí a ese curso hacia Wegierska Gorka (donde estaba esta unidad en la cual tenía que cursar). Valientes profesionales trabajaban allí en la construcción de caminos y fortificaciones. Yo, como técnico, fui asignado como asistente del ingeniero. Iba con él por las montañas Cárpatos con el teodolito marcando las líneas de tiro (entre los búnkers). Alrededor de una semana antes del estallido de la guerra. El ingeniero (que era capitán) me propuso cruzar la frontera. ¡No lo podía creer! Lo rechacé porque tenía llamado a Servicio Militar y orden de presentarme a la Comandancia de Brzesc sobre el Bug.
Cerca de las cinco de la mañana, el 31 de agosto, donde está el río Sola y nuestro campamento, sobrevoló un avión sembrando de municiones las carpas. Este temprano “despertar” fue para nosotros los jóvenes una sorpresa. El despertar y los gritos “¡guerra! ¡Empezó la guerra!” ¡pesadillezco!. Órdenes precisas de marchar para el lado de Wadowice, Nisko, Andrychow, hacia Cracovia. En todo ese trayecto continuamente nos acompañaba Heinkl, Dornier y Stukas, bombardeando las unidades que retrocedían y enloquecidas espantadas olas de población civil. Lo peor fue pasar a través de aldeas más grandes y pueblitos. Recuerdo el pueblito Nisko, las calles repletas de pertrechos militares y vehículos con campesinos. Nos paraban, ¡porque las panaderías repartían pan! Las angostas callecitas directamente embotelladas. ¡Empezaba nuevamente el ataque aéreo! Se escucha una orden: “aviador, ¡cúbrete!” se tiran los campesinos, ¡cada cual donde puede! Yo me paro debajo de un castaño abierto como un parasol. Enfrente, del otro lado de la calle, el lechero abandona el caballo con el carro, lleno de tarros de leche. ¡Era un hermoso y soleado día de septiembre! ¡Los rayos del sol reflejados en la chapa de los tarros encandilaban los ojos! La voz, creo que de una mujer, me sacudió y empujó a la huida. Empecé a correr. Me caí junto al muro de alguna casa. El aullido de la bomba que caía, después el estruendo de la explosión, ¡el crujido de las ramas quebradas! De repente un aparente silencio. Me levanto enchastrado de tierra y barro. Veo el tronco cortado del castaño. Alrededor las entrañas desparramadas del caballo y la leche derramada de los tarros rotos, ¡mezclándose con la sangre del caballo muerto! Ya no recuerdo, ¡creo que vomité! Así llegamos a Cracovia. Allí de nuevo bombardeo de la estación ferroviaria. Después trataron de juntarnos en algunos grupos. Los jefes eran generalmente tenientes de la reserva de distintas fuerzas. Al final esto también se desarmó y cada uno tomaba las decisiones individualmente. Yo, obstinadamente, para el lado de Brzesc. Íbamos con varios compañeros; ellos a Varsovia a sus casas. Por el camino nos cruzamos con bandas ucranianas. Mi regular conocimiento del bielorruso y ucraniano me fue útil. Les aconsejé a mis compañeros de Varsovia que fingieran un gran cansancio (lo que de hecho era cierto) y yo entonces conversaba con esos campesinos que nos dejaron pasar.
Por fin cierto día al anochecer llegué a los suburbios de Brzesc, ya al final de septiembre de 1939. ¡Mi Dios! ¡Qué deprimente panorama se desplegó ante mis ojos! El hedor del humo luego de incendios apagados. El resultado de los bombardeos y batalla dirigida por el general Kleeberg con el ejército alemán. Los convoyes del ejército soviético cargados de pendencieros. La sociedad alemana-soviética actuaba. Me senté en la cuneta junto al camino para dar descanso a mis talones ensangrentados, y comencé a llorar de pena, rabia e impotencia, como hace mucho no lo hacía. ¿Y ahora qué? Por fin me decidí a ir a la casa en la calle Graniczna 34. La incertidumbre me apretaba el pecho. ¿Qué encontraré detrás de la cortina de humo? He aquí el portón conocido, y detrás de él la arboleda con el túnel de lilas (50 metros). ¡Y apareció mi querida casa! ¡Intacta, entera! Mis padres con Czesia (mi hermanita), el pequeño Stasio (su hijo), Wanda (esposa de Wladzio) escondidos en el sótano. Lágrimas de felicidad después de verme rengo pero entero. Volví primero a la casa. ¡No creían que me volverían a ver! Las noticias más allá del río Sola no eran auspiciosas. Empezó la ocupación soviética. Después de un tiempo tuve que ir al trabajo. Zygmunt, mi cuñado (lo llamaré El Primero-El Viejo) querido como hermano (así lo considero), empezó a trabajar en la sección Caminos. Allá también yo conseguí trabajo, en la reconstrucción del incendiado puente sobre el río Lesna, a donde corría cuando era niño a pescar. Los soviéticos me contrataron como técnico asistente del ingeniero enviado desde Moscú. Vivía con él, dormía en la pieza y comía en la casa de la esposa de un bielorruso. Los largos atardeceres de invierno discutía a menudo con el ingeniero “Pieteja” sobre el tema de la guerra, asegurándole “¡si ustedes no nos hubieran clavado un cuchillo traidor en la espalda, los destinos de la guerra hubieran sido diferentes!” él respondía “¡ustedes, polaquitos, bailaban el tango, y nosotros afinábamos los tanques, eso es!”. Él tenía un tocadiscos y durante horas escuchaba tangos y foxtrot polacos, pidiéndome que le tradujera los textos de las canciones “wot, kakaja niezna i duszo-czypalnaja muzyka!” ¡Y se conmovía! Una vez me dijo: “Sigismund, ty oczen durnyj Paljak, ja dolzen zajawlic tiebja w NKWD” y saca el carnet “nabelyje miedwiedje tieba poszlut!” ¡Me sentí desfallecer! Me advirtió que no hablara con nadie. Después me mandó a Maloryty al bosque para seleccionar madera de pino para el puente. Allá también había otro “colega”. Quería obligarme a que firmara el recibo mientras me cargaba madera carcomida. ¡Me negué categóricamente! Volvía a Brzesc, en la estación de tren, en el control de pasajes, un ferroviario amigo me susurró “Zygmunt, no vayas a casa. Estuvieron los de la NKWD y ¡preguntaron por vos!” hice caso a la advertencia y no dormí en casa, mi buen amigo me aconsejó que huya a la zona de ocupación alemana, o sea al “General Wubernamentu”. Me hizo documentos falsos con el apellido Rokitski, habitante de Pruszkow. Partí para Wlodzimierz Wolynski, donde había una comisión de asuntos para refugiados. Allá deambulé casi un mes tratando de conseguir entrar a Hungría o Rumania. Las fronteras estaban fuertemente custodiadas por los soviéticos. Empezaron a armar una lista “Biezencow” prometiendo que la comisión alemana reanudaría la tarea y volvería a ese lugar. Cierto día el pueblo se llenó de uniformes de la NKWD y “pendencieros”. Por lo tanto no dormí esa noche ni la siguiente allí. Me fui al río Uscilug, distante algunos kilómetros del pueblito. Esa noche empezó el movimiento. Indagaban según direcciones dadas y con transportes los llevaban a la estación cargándolos en vagones de carga. Pasé en el río una semana, alimentándome con “szczaw” hasta que luego me descubrieron dos chicos y me traían  pan y comida. Quizás le contaron a su madre de mí. Pasaba la noche subiéndome a un árbol (hacían batidas por el río con perros). Por suerte era verano. Recuerdo que se desató una tormenta. Llovía a cántaros. Caían rayos. Me metí en una parva de pasto, protegiéndome del diluvio. Cuando el pueblo se tranquilizó, estos dos chicos me llevaron a la casa de unas personas que me escondieron donde se guarda la leña. Hasta hoy admiro su entrega y coraje, se arriesgaban a ser enviados a Siberia. Me alimentaron durante un mes entero como a su propio hijo. La señora Lachowicz recordaba a su hijo hecho prisionero por los alemanes: “quizás allí alguien ayude a mi Edzio”. Era marinero. Hoy analizo esas vivencias recordando cuando hacía cola en Wlodzimierz-Wolynski y se acercó a mí un hombre desconocido y me pidió dinero para comprar pan porque hacía dos días que no comía. Todo lo que tenía lo había vendido. Yo tenía bastante dinero (antes de partir de Brzesc mis padres me proveyeron). Le di bastante, dejándome llevar por un gesto espontáneo. Era de Varsovia y se notaba que era pudiente. “¿Pero cuándo y cómo voy a devolver este dinero?” Le dije “¡no se preocupe y tómelo!” Luego cuando estuve en lo de esta gente pensé: “ya me lo ha devuelto”. Como dije, estuve casi un mes en la casa de esta hermosa gente, quienes me ayudaron y demostraron tanto afecto. El cruce de las fronteras ya era casi imposible. Decidí volver a Brzesc. Mis padres estaban bajo la amenaza de ser enviados a Siberia. Me enteré que un alto funcionario, no de altura sino de cargo, vivía con unos conocidos de mi familia. Era realmente un enano y una caricatura humana. De origen polaco y nacido en Rusia. Era un alcohólico empedernido. Arreglaba “documentos” por una buena cena, abundantemente regada con vodka. De él dependía la lista de los apellidos. Si fulano se quedaba o era deportado. Me lo presentó esta gente. Como dije, una caricatura humana. De estatura quizás algo más de 1,50, con cabeza grande y doble joroba. Aceptó mi invitación. Fuimos a un restaurante en Brzesc. A esta cena nunca la olvidé. De inmediato pidió al mozo una botella de “Moskiewska”, yo bigos con salchicha (no había otra cosa). Las manos le temblaban como un enfermo de Parkinson. Sacó el corcho de un manotazo y llenó con vodka los vasos. “¡Na zdrowie!” Lo acercó a los labios y bebió como agua apremiándome a hacer lo mismo. Internamente empecé a rezar: “¡Dios, ayúdame a beberlo!” Comencé a tomar como él sin dejar de tragar, “si paro no lo termino” pensé. ¡Pero lo bebí! Enseguida me abalancé sobre el bigos. Él, como si nada, se sirvió otro vaso y lo tomó sólo. Yo sentí que la mesa se inclinaba y el piso empezaba a girar como un carrusel. ¡Ese fue mi bautismo como bebedor! Tenía entonces 20 años. A pesar de todo el jorobado cumplió su palabra. Mis padres evitaron la deportación. Sólo recibieron un párrafo como “no sospechosos y orden de traslado a la frontera más cercana” a 45 km. Viajaron entonces a Wysoki Litewski a la casa de Zygmunt Malak y Czesia. Y yo pronto detrás de ellos. Luego se hospedaron a algunos kilómetros del pueblito en la colonia en lo de un campesino.
El 22 de julio me despertó el estruendo de motores aéreos y movimiento en la ruta de Brzesc. Los de la NKWD escapaban en ropa interior en masa, se había terminado la alianza. Algunas horas después llegaron los alemanes en motocicletas, vehículos y tanques en línea continua. Iban por el camino de Brzesc hacia el pueblo de Brzesc Nad Bugiem. La guerra recomenzó, mejor dicho la segunda parte. Vuelvo solo a nuestra casa en Brzesc, ocupada por familias soviéticas militares, y a lo de mi abuela María, la madre de mi padre. A ella no la deportaron. Hablaba muy bien el ruso. Estaba muy contenta de que al menos el nieto había regresado. Más o menos algunas semanas después del comienzo de la ofensiva alemana llegó mi compañero de banco escolar en uniforme alemán de ferroviario y levanta la mano “¡Heil Hitler!”. Pregunto: “Roman, ¿qué broma es ésta?” Y él responde: “Hombre, hay que vivir y hay que actuar. Fui nombrado Inspector, viajo por las estaciones de tren, registrando los vagones perdidos de vista y saco montones de credenciales y documentos varios. De paso contrabandeo”. Así conversamos hasta la noche. Cuando nos despedimos me dio algunos papeles. “Revísalos” me dice. “Adios, Zygmunt y hasta la vista”. Eso era prensa clandestina y formulario de reclutamiento ZWZ (los comienzos de la Armia Krajowa). Le mostré esto a mi cuñado Zygmunt Malak, él sólo sonrió “puedes confiar” me dijo. Tu amigo Roman no es un provocador. Así comenzó mi servicio en la resistencia. Una de mis primeras tareas fue anotar la dislocación de las unidades alemanas, las cuales ininterrumpidamente se dirigían al oeste. Había que identificar los vehículos de cada unidad, anotarlos en diferentes colores y preparar un reporte. Después de todo un día de andar por las calles con las tripas chillando de noche dibujaba las marcas con los correspondientes colores en finas hojas de papel. A veces toda la ración diaria consistía en una manzana de nuestra huerta y una rebanada de pan. Luego por intermedio de Roman Zuby recibí la orden de trabajo en el ferrocarril como “Schaffner” o sea conductor. Eso me fue fácil porque en la estación de Brzesc trabajaban subalternos de mi padre. Me dieron una credencial legal y podía andar luego del toque de queda libremente. Aquí no voy a describir demasiado en qué consistía mi función conspirativa. Aparentemente en la realidad trabajaba para “el gran Reich”.
Realicé varios importantes informes durante los años de la guerra hasta el momento de mi arresto. El 4 de marzo de 1944 empezó mi pesadilla. Estuve tres meses en la cárcel. Recuerdo como ironía del destino cuando visitaba las cárceles de Brzesc, edificadas unos años antes de la guerra, con el ingeniero que dictaba las materias prácticas sobre construcción en hormigón. Estando en el tercer piso bromeé con mi compañero: “aquí, Bronek, va a ser una linda piecita para ti”. Nunca imaginé que algunos años después ese inquilino sería yo mismo.
Se acercaba el frente soviético. Saturadas las cárceles, la Gestapo comenzó a “liquidar”. Acá voy a recordar y subrayar el mérito de Jadwiga, una chica que nos llevaba paquetes con ropa y alimentos. Estaba enamorado de ella y tenía la intención de casarme. Sobornó a los de la Gestapo, que me torturaban y postergaban la “liquidación” definitiva. Objetos de valor, brazaletes, relojes de oro les daba mi familia. Estas cosas postergaban la sentencia definitiva y alargaban mi existencia.
La cárcel de Brzesc estaba casi vacía. Un día cayó el carcelero a mi celda “toma tus cosas y entra” me empujan a un jeep y arrancan. Cae la noche. Alarma de bombardeo. Comienza el bombardeo de la estación de tren y del pueblo de Brzesc. A la mañana empujan a los prisioneros (yo entre ellos). “Desvístanse”. Delante de las filas en uniformes blancos pasan médicos alemanes observando a cada uno. Estoy parado todo tenso, siento que se decide mi destino, como el de otros. La comisión médica terminó, reparten algunos harapos con la inscripción “Su Kriegsgefangenen”. Forman hileras y empujan a la estación de tren de Brzesc. Vagones de ganado esperan sobre los rieles. Meten de a cientos en cada uno. Es el verano de 1944. Comienzos de julio. El calor es insoportable. La sed es torturante.
Nuestro transporte lo dirigen hacia Siedlce-Varsovia. Luego de una corta parada el transporte se mueve hacia Rzeszy. Después de dos semanas pasando por distintas estaciones en Alemania en las paradas abrían los vagones para tirar los cadáveres. La gente se moría de sed. Yo me apreté en un rincón donde por una hendija tomaba un poco de aire, como pez fuera del agua. La nariz sangraba por la debilidad. Finalmente paramos en algún lado. Nos corrieron durante kilómetros hasta el campo junto a Metz (el lugar se llamaba Bolchen) en un enorme campamento de prisioneros Straflager FXII (Karolin-Kaserne). Estuve allí varios meses, hasta el comienzo de la invasión a Normandía. Comenzó la evacuación en el centro de Alemania. Recuerdo que pasamos por Dusseldorf ardiendo después del bombardeo.
Mujeres mayores sacaban baldes con agua a la calle, los prisioneros sedientos se arrojaban sobre ellos. Rodeados por las culatas de los guardias que alcanzaban a más de una samaritana mujer. Antes del atardecer llegamos a un pueblito. Nuevamente un campo. No recuerdo cómo se llamaba. ¡No podía creerlo! detrás del portón había una serie de enormes cacerolas y junto a ellas cocineros, los cuales empezaron a repartir espesa y grasosa sopa de repollo y un gran bollo de pan. Los prisioneros soviéticos repetían, los alemanes amablemente les servían. La tragedia empezó a la noche. Después de este festín muchos tenían las tripas retorcidas, vomitaban y se defecaban encima. Miles estuvieron encerrados en esos enormes galpones. Aullaban y agonizaban entre dolores. Hasta el día de hoy desconfío de la generosidad de las autoridades del campo. Esa fue una pérfida manera de aniquilamiento. Al amanecer cayó Feldwebel con un perro gritando “schweinerei” golpeando a quien cayera y tirándole el perro. No sé cuántos quedaron vivos de ese millar. El resto continuó la fatigosa marcha. Durante un ataque aéreo, junto al camino había un bosquecito donde se tiraron primeros los de la SS cubriéndose del ataque.
Había allí un grupo grande de polacos deportados para trabajos en granjas. Escucho hablar correctamente en polaco y les pregunté de dónde eran. Miraron desconfiados mis harapos y me preguntaron: “¿usted es polaco?” “sí” contesté “entonces sáquese esos harapos y póngase ropa de civil”. Me cambié y me mezclé con el grupo. Después de la alarma la columna de prisioneros siguió marchando, luego marchó el grupo de polacos y yo con ellos. Uno de los polacos, el que me vistió, me dijo que nos llevaban a un campo civil en Kleinroseln Bei Forbach a una mina de carbón y cavado de trincheras. El 1º de septiembre me escapé del campo de trabajo (quedé en el terreno de la mina Kleinroseln) donde me escondió un fogonero que trabajaba en bombas accionadas a vapor. Me metió en un horno en desuso. Allí estuve varios días hasta la evacuación del campo de polacos. Un buen tipo este francés, que compartía conmigo su sencilla vianda que traía para la guardia nocturna. Me animaba que pronto llegarían las unidades del ejército del General Patton. Y realmente se escuchaba el estruendo de los motores y el característico ruido de las orugas de los tanques. Era mitad de noviembre. Empezaba a nevar. Se acercaba la navidad. Los americanos frenaron la ofensiva. Sin embargo no pararon los fuegos de artillería sobre las líneas alemanas y el terreno de la mina. Estaban detrás de un río y de una línea de ferrocarril.
El lugar y las minas fueron evacuados de civiles. Como siempre llegó mi protector para despedirse e informarme que a él también lo evacuaban. Que las líneas del frente eran ocupadas por unidades de las SS. La mina y la administración estaban ubicadas en una hondonada. En el borde escarpado los alemanes ubicaron las baterías y tiraban hacia la ruta del otro lado del ferrocarril detrás del río donde estaban los americanos. Los americanos diariamente, de la mañana a la noche continuaban el fuego de la artillería, dirigido hacia los terrenos de la mina, interrumpiendo a la tarde (para “a cup of tea”).
Recuerdo la noche buena, estaba resguardado en mi refugio, de donde después me fui cuando el edificio fue barrido por la artillería americana. Cayó una espesa nieve. Se acalló la artillería de ambas partes, sin embargo se sentía un peso en el corazón. Los recuerdos de la mesa navideña y la familia reunida. Las canciones de la noche buena. Y yo allí solo, como un topo escondiéndome junto con las ratas. Hambriento como ellas. Lloraba (lo confieso).
Un par de días después, en mi escondite aparecieron dos prisioneros soviéticos que venían del campo de Grossrosseln. Uno se llamaba Fiedka y el otro Wolodka. Fueron hechos prisioneros en Leningrado. A la noche salían de nuestro escondite y revisaban las abandonadas casas alemanas trayendo comida y compartiéndola conmigo. Esa gente igualmente pasó cosas terribles. Contaban que se hacía canibalismo. Yo me alimentaba con papas congeladas, las que conseguía en los depósitos de la cocina del campo, medio crudas. Prender fuego era peligroso. Así pasé hasta el 25 de enero de 1945. Los americanos estaban quietos. La muerte por hambre miraba a los ojos.
Tenía que tomar una decisión. Estaba en la línea del frente alemán. Me decidí a pasarla. No había otra alternativa. Una noche helada. El fuego de la artillería no cesaba. Tenía que pasar solamente tres o cuatro kilómetros detrás del río. El terraplén del ferrocarril y un bosquecillo de jóvenes pinos. Me llevó esto varias horas. Me caía y levantaba. Corría en los intervalos de las explosiones de las granadas. Los tiernos pinos se quebraban como fósforos y volaban por el aire. Hasta el río y el terraplén, ¡allí ya están los americanos!
Estaba cubierto de sudor, sentía que tenía fiebre. ¿Cuánta energía tiene un hombre desesperado? El riacho estaba parcialmente congelado y no era hondo, el hielo era bastante delgado y se quebraba bajo los pies (yo pesaba no mucho más de 40 kilos). Empapado llegué al terraplén. ¡El último esfuerzo! Me encaramé, crucé las vías, me acompañaba el silbido de las balas golpeando los rieles. Las balas volaban sobre mi cabeza.
Después de algunos pasos me detuvo un grito: “halt”, me congeló un pensamiento: “¿es que todavía estoy en las líneas alemanas?” las piernas se me ablandaron como si fueran de algodón, el miedo me erizó los pelos. ¡Sale como de debajo de la tierra en mameluco blanco no un alemán sino un americano! ¡Gracias Dios mío! ¡Soy Libre!
Me ofrece cigarrillos, sólo pido pan. Me da instrucciones sobre cómo y dónde tengo que ir y no salirme del camino (el terreno está minado). Después me encuentro con otro. Me siento como un paquete porque me llevan como una encomienda de sector en sector. Con un jeep me llevan a la comandancia. En uniformes de campo, sin ningún distintivo ni rango. Luego de las preguntas que me hacen deduzco quién es quién. Me preguntan quién soy, de dónde vengo. Mi apariencia externa no era muy interesante. Sucio, barbudo. “Soy polaco” “welcome welcome”. Veo el gesto preocupado del oficial que me examinaba. Finalmente me pone bajo la nariz un mapa y me pregunta si sé para qué sirve. Contesto que sí. El mapa topográfico de los alrededores de Kleinrosseln y Grossrosseln.
Me pregunta si puedo señalar dónde está la batería alemana que nos molesta. Una ojeada al mapa y marco el lugar con un lápiz que me dan. “Thank you boy”. Toma el teléfono e imparte la orden de la dirección del fuego. Luego de un intenso fuego se acalla la artillería alemana. Los americanos me llevan al hospital de campo en Mohrauge. Tengo 40º de fiebre y una fuerte tos seca. Siento como cuchilladas en el pecho. Allí estoy bajo cuidados médicos. La convalecencia, luego Luneville, Naincy y París (campamento Número Uno en Bessieres).
Allí finalmente me recupero, subo de peso y el 1º de febrero de 1945, luego de minuciosas revisaciones, me aceptan para el servicio del ejército. El 13 de febrero de 1945 parto con un grupo de voluntarios al puerto Le Havre. Nos embarcan en el buque “Pulaski” transformado en transporte y destinado a Inglaterra. Es una hermosa tarde. El puerto está arruinado por las bombas. Tenemos que zarpar luego de la salida de un gran buque con soldados americanos, más de mil hombres en cubierta. De pronto oímos una explosión y vemos que el buque se inclina y comienza a hundirse. Lo torpedearon.
Esperamos hasta la noche nuestro turno de salida del puerto. Casi cuarenta horas de navegación nos llevó este viaje a Southampton. Continuamente las alarmas y explosión de minas marinas arrojadas por la escolta del convoy. Finalmente el 16 de febrero de 1945 el Pulaski felizmente entró al puerto de Southhampton. Al día siguiente en tren llegué a Balado-Bridge (el campamento de distribución en Escocia) donde el 17 de marzo quedo designado a la División A.C. (construcción de aeropuertos). Salgo de Escocia a Inglaterra a Gatwick-Hall (Surrey) donde queda mi División. El 5 de noviembre de 1945 soy enviado al continente con la División a Alemania (esta vez como ocupante). El 8 de noviembre llegamos a Wahn Bei Koeln.
El 29 de diciembre de 1945 cambio de lugar, Quackenbrueck, al lado de Osnabrueck. Allá me espera una agradable sorpresa, tengo que presentarme en la comandancia, donde me entregan un telegrama de Romek del Canal Kilonski.  Me dan unas breves vacaciones (bajo mi responsabilidad). El 26 de enero de 1946 me dan mis vacaciones reglamentarias y regreso a Inglaterra. Allí existió la posibilidad de continuar mis estudios.
Fui admitido al examen de ingreso en arquitectura. Lo rindo con resultados positivos. De trescientos cincuenta postulantes ingresaron 65. Me otorgaron una beca de 20 libras mensuales. Alquilaba en Londres sobre Victoria Street una pequeña habitación en un subsuelo. El invierno londinense con niebla estaba en su apogeo. Estudiaba vestido con el sobretodo militar y con guantes. Pero el peor problema eran los trabajos prácticos de dibujo. ¡Con guantes no prosperaban! La temperatura en la piecita era bajo cero. El agua en la pava se congelaba. La estufa a gas funcionaba con medidor luego de arrojar seis peniques, la llama se encendía por corto tiempo como para calentar la habitación. De esas 20 libras sacaba para hacer encomiendas con alimentos y café a Polonia. Me alimentaba con sándwiches y té.
Día por medio iba a almorzar a la cruz roja, donde servían señoras ad honorem. Sopa caliente o albóndigas con papas era comida paradisíaca. Me escriben de Polonia que Marek (mi sobrino) estaba seriamente enfermo. Después de una gripe mal curada estaba amenazado de tuberculosis. ¿Sería neumonía? Envío de inmediato Terramicina y Auromicina, unos nuevos medicamentos. Gracias a Dios el niño se salvó, lo que fue para mí una feliz noticia.
Hice solamente el primer año de arquitectura. Reconozco que entonces me acobardé. Corté los estudios. Romek nuevamente influyó en mi destino. Me aconsejó que saliera de Inglaterra. Quise volver a mi país. ¡Mamá estaba desesperada! Entre frases en las cartas que me escribía me advertía cambiar de idea. Romek me dijo “Vé, hermano, a la soleada Argentina”. Podía elegir Australia, Nueva Zelanda, África Meridional, Canadá, etc. Entonces me presento para emigrar a la Argentina. Tenía 27 años.
Aquí empezó una nueva etapa de mi vida. Después de llegar al nuevo continente, estuve dos semanas de estadía en el Hotel de Los Inmigrantes. ¡De nuevo el destino me sonrió! Así como después de terminar los estudios antes de la guerra. Por un micrófono anunciaron el pedido de un técnico o arquitecto para el Ministerio de Obras Públicas. Enseguida me presenté y luego de una corta entrevista conseguí trabajo. El sueldo era muy bueno. Mis amigos comenzaron con la mitad. Es el año 1948. Por mi futuro cuñado, Wiktor Woyciechowski (vino conmigo en el barco “Empire Deben” con su esposa y su pequeño hijo) me entero que va a llegar la hermana de su esposa, también de Inglaterra.
Mirando el álbum pregunté “quién es esta linda chica” “mi hermana menor Marysia”, me dijo Iasia Woyciechowska. Ya entonces sentí conmover mi corazón. Un año después llegó a Argentina Marysia, mi futura esposa. Enseguida que la conocí me enamoré. Casi enseguida llegó al puerto de Buenos Aires el Warynski y en él mi querido Romek. “Querido hermano, estoy enamorado, ¡me caso!”. También le gustó mucho. Vino con un enorme ramo de claveles blancos y rojos, y yo con un anillo y fui aceptado. Nos comprometimos formalmente. Debo recalcar que empezaron a rondar alrededor de Marysia muchos de mis amigos. ¡No perdí el tiempo! El 22 de enero de 1949, delante del altar de una iglesia de Buenos Aires nos juramos hasta la muerte, amor y respeto mutuo. Marysia me acompañó fielmente hasta el día, trágico para mi, 14 de marzo de 1984.
Era huérfana. Sus padres murieron estando en las desgraciadas estepas rusas. Ella fue mi amiga, compañera inseparable, esposa ejemplar y madre de mis tres hijas.
Compramos un terreno en Buenos Aires (Monte Grande), donde comencé a construir nuestra primera casa. Aprovechaba cada momento libre, cada día libre, domingos y feriados. Hoy pienso que le dediqué poco tiempo a Marysia. Trabajo, trabajo y pocas distracciones, y ella solamente tenía entonces 22 años. Se merecía más entretenimiento. Eso hoy me carcome la conciencia.
Seguía trabajando en el Ministerio, viajando diariamente al centro de la Capital, lo que me llevaba más de dos horas ida y vuelta, en tren, autobús y subterráneo. Eso era pesado, sobre todo en verano.
Llegó al mundo Krystyna (Krysia) Teresa, en 1949.
No tenáimos experiencia, ni Marysia ni yo. Hacía calor con humedad (el típico clima de Buenos Aires). Krysia, que tenía tres meses se enferma de diarrea, la criatura languidece frente a nuestros ojos. ¡Marysia y yo estábamos desesperados! Vamos al médico buscando salvación. Estábamos agotados por falta de sueño y nerviosos. Esta pesadilla dura casi un año. Gracias a Dios Krysia luego se recupera.
El 4 de septiembre de 1950, viajando en tren a la oficina, en el primer vagón detrás de la locomotora, el tren se estrella en una estación contra otro. ¡El vagón donde viajo pierde el piso! Guiándome por el instinto me aferro al portaequipaje. Me estiro hacia arriba, destrabando mis piernas de los respaldos de los asientos que me aprietan como un acordeón. Hay muchos heridos, varios muertos. Me acuerdo de las catástrofes de descarrilamiento de las épocas de guerra, provocados. Tuve contusiones en la pierna izquierda pero el hueso no se dañó. Perdí el sombrero y eso es todo. A veces con el cambio de clima me molesta esta pierna. Como indemnización me dieron en la oficina dos semanas de reposo. Lo aproveché para terminar la casita.
En el año 1951 llega al mundo Basia Malgosia. La partera me hizo una broma, sabiendo que yo quería un varón, la vistió de celeste. Me sacó del error Marysia diciendo “¡tienes otra hija!”.
Ya hace cuatro años que trabajo en el Ministerio. Mi incondicional jefe está contento conmigo. A fin de año propone mi ascenso y cambio de categoría, lo que en la práctica equivale a un sueldo mayor. Mientras tanto durante las actividades de oficina (estuve en la Sección de Proyecto y Planeamiento) me llama el director de Personal (partidista). Me invita amablemente a sentarme y me propone un café. Me pregunta si me gusta la Argentina. Si estoy contento con el trabajo, etc. Sinceramente respondí que trabajo con entusiasmo y entera lealtad. Ahí terminó la charla. Después de algún tiempo me llamó todavía dos veces. La última entendí de qué se trataba. Me estaba proponiendo que me inscribiera en el Partido del General Perón, el actual presidente de la Argentina. Le contesté negativamente, explicándole, que elegí la Argentina buscando un trabajo decente y libertad. Después de esta charla, a fin de año desaparecí de la lista de ascenso. Mi jefe intervino, pero sin resultados. Seguí trabajando pero me creaban situaciones desagradables dificultándome la tarea. Renuncié. Quizás fue un paso algo riesgoso.
Nos fuimos a la desconocida Patagonia. Allí trabajaba mi amigo Boguslaw Chmielowski, técnico vial. Me invitó a ir y me describió con optimismo las amplias posibilidades para los constructores en Neuquén. Supuestamente ya tenía reservada una vivienda para mí. Marysia decidió que no me dejaba ir solo y se iba también. ¿Hacia lo desconocido?
El viaje de Buenos Aires a la ciudad de Neuquén duró 40 horas en el Expreso Patagónico. Viajamos en camarote- dormitorio. Durante ese viaje la pequeña Basia se intoxicó con leche del vagón restaurante. Tuvo fiebre muy alta. A la noche llegamos a Neuquén. Soplaba un terrible viento, el aire espeso de tierra. No podía esperar que amaneciera para llevar a Basia al médico. Cerca de la estación estaba el único de la ciudad. Gasté el último dinero en remedios y la visita. ¡No sabía que la pesadilla recién empezaba! Al salir del médico Boguslaw me dijo que el propietario de la casa (un italiano Calabrés) cambió de idea y no quiere alquilar la casa. Pero encontró otra ubicación en lo de un policía. Se acercaba la segunda noche en Neuquén. La segunda supuesta “vivienda” era directamente una choza,  hecha de ladrillos crudos llamado adobe y suelo apisonado. Como iluminación tenía una lámpara a nafta. Estábamos mortalmente cansados. Marysia acostó a las nenas. Yo me dormí como una piedra. De repente sentí la sacudida y desesperada voz de Marysia: “vení, vení, ¡mirá qué es esto!” me acerqué a la camita de Basia, en la colcha andaban unos insectos que habían saltado después que apagamos la lámpara. Pobre Marysia empezó a llorar. “¡Volvemos al hotel!”. Al día siguiente encontré una vivienda mejor, de ladrillos verdaderos. Me enteré de que esos insectos se llaman vinchucas, son muy peligrosas y portadoras de la enfermedad llamada Mal de Chagas, por el apellido del médico que descubrió el parásito que produce la enfermedad cardíaca. Por suerte Basia fue picada por vinchucas no infectadas.
La nueva vivienda quedaba a 8 kilómetros de la ciudad. Conseguí trabajo como técnico constructor en una obra de cuarteles militares. A la noche hacía planos a particulares como trabajo extra. Después de algunos meses empecé a presentarme en licitaciones públicas para YPF.
En el año 1961 llegó Marek. Y eso fue para nosotros un acontecimiento feliz. Las chicas orgullosas de su primo hermano. Justo estaba terminando la construcción del Hospital de Cutral Có. Marus me ayudaba en el trabajo. Hoy tengo cargo de conciencia, quizás lo traté con dureza. Pero tomé el rol del reemplazante del padre. En una ocasión cuando ya se casó, en una conversación franca le pedí que me perdonara. Lo quiero como si fuera mi hijo. Tenemos con él intereses mutuos: la pesca, la fotografía y el cine. Probamos realizar películas.
Quise abrir un cine, pero de nuevo me dieron por el lomo. ¡La asquerosa política! No me dejaron abrirlo. Perdí mucho dinero. Descuidé mi ocupación principal como constructor. La salud de mi Marysia empezó a flaquear. Le prometí que saldríamos de Cutral Có. Las chicas crecían. Entendía que extrañaban la civilización y posibilidades de estudio y otras distracciones. Tomé una decisión. Comencé a dar término a mis trabajos. Los norteamericanos comenzaron con grandes contratos, tuve buenas posibilidades de lindas ganancias, pero la familia ya no soportaba. Prometí ocuparme de otra tareas distintas a la construcción. Vendí las propiedades que me quedaban. Dos grandes locales y una linda casa.
Nos fuimos a Mar del Plata, compré un hotelito. Me hice hotelero.
Voy a recordar todavía un suceso que me afectó. En 1964 faltó poco para que quedara ciego. Estaban apagando cal viva, me acerqué al barril y moví una pala enterrada. Hubo una explosión, la masa caliente de cal se pegó en mi cara y ojos. Después de tres meses de curaciones en el Instituto Santa Lucía de Buenos Aires, me salvaron la vista, hoy escribo sin anteojos. Sin dudarlo la virgen de Jasna Gora (Monte Claro) continuamente me envuelve con su protección. Con este convencimiento los cerraré (mis ojos) cuando llegue el final del camino terrenal.
Zygmunt agrega a su carta del día 13 de agosto de 1999 desde Mar del Plata, dirigida a mi (Ryszard Lawrynowicz, hijo de Romek):
“PD: Te agradezco tu carta y la copia del reportaje con Romek. Quiero corregir que no serví en la División SPITFIRE como muchos de mis amigos, pero construí para ella pistas de aterrizaje. Quizás de ahí viene el pequeño error. Sin embargo debo reconocer que a veces alguno de mis colegas pilotos me llevaba a un paseo (de contrabando). Si a vos Rysiu te interesa, podría escribir algo sobre la época cuando estuve con la División en la ocupación. Te mando copia de las fotos que se salvaron”.
Zygmunt tiene en los alrededores de Bahía Blanca, en el pueblito de Monte Hermoso, a 400 kilómetros al sur de donde vive hoy, una casita de verano en la costa del Atlántico.
Viajaba regularmente sobre todo para descansar y pescar. Ahora ya no lo puede hacer porque tuvo varios accidentes automovilísticos debido a los cuales quedó seriamente afectado.



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