Zygmunt Lawrynowicz nació el 24 de agosto
de 1920, en el año del “Milagro sobre el Vístula” como él mismo describe. Es el
cuarto hijo de Witold y Helena Grotthus. Sus hermanos mayores son Czeslawa
(12-03-1910), Romuald Andrzej (08-09-1911) y Wladyslaw (26-12-1915). La
autobiografía de Zygmunt es como sigue:
Infancia y Juventud
Nací en el año 1920 del mes de agosto día
24. En el año del “Milagro sobre el Vístula” en un vagón de ferrocarril (aun se
oían los ecos de la artillería de las hordas soviéticas). Renacía Polonia. Mi
padre era jefe de ferrocarril de la sección de Brzesc. Vi la luz del día en un
coche dormitorio, que era nuestra casa sobre ruedas en Skarzysk Kamienny.
Exactamente no sé cuánto tiempo viví en el lugar de mi nacimiento. Pero
seguramente fue breve. Porque mi casa sobre ruedas se estacionó en Brzesc Nad
Bugiem (Brzesc sobre el río Bog). En esa población pasaron los años de mi
infancia, estudios, mi juventud en la casa familiar sobre la calle Graniczna
número 34. La casa era bastante grande. El resto de la propiedad lo ocupaba la
huerta y plantas frutales. Se me grabaron en la memoria los guindos con
variedades jugosas y deliciosas guindas. Los arbustos de frutos rojos estaban
con sus ramas cargadas. Mamá Helena preparaba frascos de confituras, mermeladas
y jugos. La entrada a la casa estaba franqueada por árboles de lilas. Para
primavera del mes de mayo esas lilas florecían, el aire estaba saturado de
perfumes. Se formaba una especie de túnel que conducía hasta la entrada
principal.
La localidad de Brzesc estaba enclavada en
la confluencia de tres ríos: el más cercano Muchawiec, luego el Lesna (un
verdadero acuario natural) y el majestuoso y traicionero Bug, el más grande de
los tres. Sus aguas eran turbias y tenebrosas. Riqueza ictiológica. Siendo
pequeño corría en maratón sobre el Lesna (quedaba a 7 km de nuestra casa). Gran
fiesta eran los fines de semana, porque ya el viernes mamá preparaba comida
para dos-tres días y todo el grupo nos íbamos al Lesna y acampábamos junto a
una hoguera. Mi madre amaba la pesca. Este entusiasmo lo heredó de su padre
Stasio Grotthus, mi abuelo, y yo de ella. Recuerdo un incidente de estos
campamentos. Cerca del río había campos sembrados con papas. Yo, sin avisar a
nadie, me escabullí con la intención de desenterrar algunas para asarlas en las
cenizas. En esta tarea me pescó el patrón, un bielorruso, gritando en su idioma
“te voy a ahogar en el río” y realmente me arrastró hacia el río. Grité
desaforadamente, me escuchó Romek (Romuald) interviniendo y salvándome.
Teniendo siete años algo comencé a saber o
presentir sobre los problemas de mi padre Witold cuando perdió su puesto de
jefe de ferrocarril (Romek contaba que fue por razones políticas). Llegó el
momento de ajustarse el cinturón. Witold empezó a buscar trabajo. Viajó a Lodz
con mi hermana Czesia. Mamá se quedó con nosotros, o sea con Wladzio y conmigo.
También recuerdo que teníamos un verdadero
lobo. A mi padre le gustaba cazar. De una de esas cacerías trajo un cachorro de
lobo, todavía medio ciego y lo alimentó con biberón. Yo lo llamaba “Wilczek”
(lobito), se convirtió en un poderoso animal y fue el temor de los alrededores.
Con respecto a esto se me grabó un incidente (seguramente no el único). Wilczek
tenía su cucha junto a la entrada de la cocina (yo tenía entonces tres o cuatro
años). Siempre jugaba en la parte trasera de la casa. Una vez advertí que el
lobo masticaba un trozo de chapa oxidada. Corrí queriendo sacárselo. Me tomó
por el cuello y sin ceremonia me metió a la cucha. Grité de miedo. Salió mamá
llamándome no sabiendo dónde estaba. Por fin vio mis piernitas sacudiéndose en
la cucha. Asustada llamó. No sé quién me sacó de la cucha. Sólo que me asusté
mucho y lloraba. Desde entonces mis relaciones con Wilczek se enfriaron. En
esos años los tiempos eran de inquietud, los inviernos crudos, los robos y
asaltos a la orden del día. Wilczek a la noche era liberado de su cadena y era
el terror de los alrededores. Nunca nos tocaron nada. Sólo recuerdo en las
heladas noches invernales cómo aullaba poderosamente hasta ponerme la piel de
gallina. Al cumplir siete años empecé la escuela primaria. Mi maestro era el
señor Porebski. Mi padre era presidente del consejo familiar. La escuela era
nueva, de madera pero luminosa y limpia. Al terminar la primaria rendí examen
para el secundario llamado Maslowski, el cual desaprobé (creo que en matemática
y geografía). Mi padre por supuesto me apodó burro y suspendió las excursiones
a pescar y otros agradables juegos. Comencé a estudiar las materias
desaprobadas preparándome para la escuela técnica llamada Mariscal Jozef
Pilsudski. ¿Será el destino? Me fue bien, fui aceptado para primer año. Esa
escuela fue fundada por Ferrocarriles Estatales de Polonia reconociéndose el
diploma. Uno de sus primeros egresados fue Zygmunt Malak y también años después
Wladzio. La escuela era paga y bastante cara pero con gran nivel técnico. Tenía
cuatro especialidades: Caminos y Construcción (Civil), Mecánica, Ferroviaria y
Mejoramiento. Yo quise hacer Mecánica, pero en la elección me influyó Romek
(como de hecho en otras cuestiones). Como la escuela era paga, para ayudar a mi
padre, ingresé a la orquesta que era el orgullo cuando los domingos y fiestas
patrias acompañaba a la iglesia a todas las escuelas secundarias de Brzesc. De
esta forma el director, profesor Czapkiedicz, me rebajó a la mitad la
mensualidad. Diré que era primer cornete. El 1º de agosto de 1939 recibí el
diploma de Técnico Constructor. Como técnico recién recibido (con promedio no
de lo peor) conseguí empleo en la Jefatura de Construcciones del Ejército en
Brzesc. Luego fui recomendado y empleado por la empresa constructora del
ingeniero Rostkowski de Varsovia, la cual hacía trabajos relacionados con la
construcción de bases aéreas en Malaszewicz. Este lugar está sobre la línea
férrea Brzesc-Siedle. La base y los hangares estaban destinados a la división
“Losi” (bombardero liviano, máquina muy buena según la opinión de los pilotos).
En una exposición en Bruselas se vendieron decenas de estas máquinas. Para ser
un joven aun no mayor de edad ganaba muy bien. Después de un breve período de
prueba ¡hasta doscientos cincuenta zlotych! El sueldo de un empleado
administrativo era de ciento veinte-ciento cincuenta zl. Estaba lleno de
entusiasmo. Mi jefe contento conmigo me aseguró trabajo después del servicio
militar (servicio Tow). En agosto me llegó el aviso para presentarme a un curso
de seis semanas a un destacamento de trabajo (algo parecido a la organización
alemana Todd).
Perdón por la digresión vuelvo a la etapa
de los estudios. Estudiaba en serio. Los últimos dos años Romek y su esposa
Zenia me ayudaban económicamente pagando una parte de la cuota (salía 40 zl.
mensuales). Mi padre no estaba en condiciones. En premio por mi aplicación,
Romek y Zenia me pagaron unas hermosas vacaciones. Conocí entonces nuestras
costas y el Báltico. De las quietas superficies de las aguas de los ríos, el
ruidoso oleaje del Báltico me dejó una impresión imborrable. Perdón, junto al
mar estuve por segunda vez. La primera cuando tenía un año y medio y chuecas
raquíticas piernitas en Sopot y en Hel. Romek corría conmigo por la playa
llevándome a caballito y zambulléndome en el agua salada (para que esas
piernitas del hermanito se enderezaran). ¡Era mi santo Cristóbal! Estando de vacaciones en la playa (creo que
era el año 1937) fui testigo del desastre aéreo donde se mató el general
Dreszer. En el entierro estuvo el profesor Moscicki, Rydz Smigly y otras
personalidades. Parábamos entonces en la casa de un pescador.
Partí a ese curso hacia Wegierska Gorka
(donde estaba esta unidad en la cual tenía que cursar). Valientes profesionales
trabajaban allí en la construcción de caminos y fortificaciones. Yo, como
técnico, fui asignado como asistente del ingeniero. Iba con él por las montañas
Cárpatos con el teodolito marcando las líneas de tiro (entre los búnkers).
Alrededor de una semana antes del estallido de la guerra. El ingeniero (que era
capitán) me propuso cruzar la frontera. ¡No lo podía creer! Lo rechacé porque
tenía llamado a Servicio Militar y orden de presentarme a la Comandancia de
Brzesc sobre el Bug.
Cerca de las cinco de la mañana, el 31 de
agosto, donde está el río Sola y nuestro campamento, sobrevoló un avión
sembrando de municiones las carpas. Este temprano “despertar” fue para nosotros
los jóvenes una sorpresa. El despertar y los gritos “¡guerra! ¡Empezó la
guerra!” ¡pesadillezco!. Órdenes precisas de marchar para el lado de Wadowice,
Nisko, Andrychow, hacia Cracovia. En todo ese trayecto continuamente nos
acompañaba Heinkl, Dornier y Stukas, bombardeando las unidades que retrocedían
y enloquecidas espantadas olas de población civil. Lo peor fue pasar a través
de aldeas más grandes y pueblitos. Recuerdo el pueblito Nisko, las calles
repletas de pertrechos militares y vehículos con campesinos. Nos paraban, ¡porque
las panaderías repartían pan! Las angostas callecitas directamente
embotelladas. ¡Empezaba nuevamente el ataque aéreo! Se escucha una orden:
“aviador, ¡cúbrete!” se tiran los campesinos, ¡cada cual donde puede! Yo me
paro debajo de un castaño abierto como un parasol. Enfrente, del otro lado de
la calle, el lechero abandona el caballo con el carro, lleno de tarros de
leche. ¡Era un hermoso y soleado día de septiembre! ¡Los rayos del sol
reflejados en la chapa de los tarros encandilaban los ojos! La voz, creo que de
una mujer, me sacudió y empujó a la huida. Empecé a correr. Me caí junto al
muro de alguna casa. El aullido de la bomba que caía, después el estruendo de
la explosión, ¡el crujido de las ramas quebradas! De repente un aparente silencio.
Me levanto enchastrado de tierra y barro. Veo el tronco cortado del castaño.
Alrededor las entrañas desparramadas del caballo y la leche derramada de los
tarros rotos, ¡mezclándose con la sangre del caballo muerto! Ya no recuerdo, ¡creo
que vomité! Así llegamos a Cracovia. Allí de nuevo bombardeo de la estación
ferroviaria. Después trataron de juntarnos en algunos grupos. Los jefes eran
generalmente tenientes de la reserva de distintas fuerzas. Al final esto
también se desarmó y cada uno tomaba las decisiones individualmente. Yo,
obstinadamente, para el lado de Brzesc. Íbamos con varios compañeros; ellos a
Varsovia a sus casas. Por el camino nos cruzamos con bandas ucranianas. Mi
regular conocimiento del bielorruso y ucraniano me fue útil. Les aconsejé a mis
compañeros de Varsovia que fingieran un gran cansancio (lo que de hecho era
cierto) y yo entonces conversaba con esos campesinos que nos dejaron pasar.
Por fin cierto día al anochecer llegué a
los suburbios de Brzesc, ya al final de septiembre de 1939. ¡Mi Dios! ¡Qué
deprimente panorama se desplegó ante mis ojos! El hedor del humo luego de
incendios apagados. El resultado de los bombardeos y batalla dirigida por el
general Kleeberg con el ejército alemán. Los convoyes del ejército soviético
cargados de pendencieros. La sociedad alemana-soviética actuaba. Me senté en la
cuneta junto al camino para dar descanso a mis talones ensangrentados, y
comencé a llorar de pena, rabia e impotencia, como hace mucho no lo hacía. ¿Y
ahora qué? Por fin me decidí a ir a la casa en la calle Graniczna 34. La
incertidumbre me apretaba el pecho. ¿Qué encontraré detrás de la cortina de
humo? He aquí el portón conocido, y detrás de él la arboleda con el túnel de
lilas (50 metros). ¡Y apareció mi querida casa! ¡Intacta, entera! Mis padres
con Czesia (mi hermanita), el pequeño Stasio (su hijo), Wanda (esposa de
Wladzio) escondidos en el sótano. Lágrimas de felicidad después de verme rengo
pero entero. Volví primero a la casa. ¡No creían que me volverían a ver! Las
noticias más allá del río Sola no eran auspiciosas. Empezó la ocupación
soviética. Después de un tiempo tuve que ir al trabajo. Zygmunt, mi cuñado (lo
llamaré El Primero-El Viejo) querido como hermano (así lo considero), empezó a
trabajar en la sección Caminos. Allá también yo conseguí trabajo, en la
reconstrucción del incendiado puente sobre el río Lesna, a donde corría cuando
era niño a pescar. Los soviéticos me contrataron como técnico asistente del
ingeniero enviado desde Moscú. Vivía con él, dormía en la pieza y comía en la
casa de la esposa de un bielorruso. Los largos atardeceres de invierno discutía
a menudo con el ingeniero “Pieteja” sobre el tema de la guerra, asegurándole “¡si
ustedes no nos hubieran clavado un cuchillo traidor en la espalda, los destinos
de la guerra hubieran sido diferentes!” él respondía “¡ustedes, polaquitos,
bailaban el tango, y nosotros afinábamos los tanques, eso es!”. Él tenía un
tocadiscos y durante horas escuchaba tangos y foxtrot polacos, pidiéndome que
le tradujera los textos de las canciones “wot, kakaja niezna i duszo-czypalnaja
muzyka!” ¡Y se conmovía! Una vez me dijo: “Sigismund, ty oczen durnyj Paljak,
ja dolzen zajawlic tiebja w NKWD” y saca el carnet “nabelyje miedwiedje tieba
poszlut!” ¡Me sentí desfallecer! Me advirtió que no hablara con nadie. Después
me mandó a Maloryty al bosque para seleccionar madera de pino para el puente.
Allá también había otro “colega”. Quería obligarme a que firmara el recibo
mientras me cargaba madera carcomida. ¡Me negué categóricamente! Volvía a
Brzesc, en la estación de tren, en el control de pasajes, un ferroviario amigo
me susurró “Zygmunt, no vayas a casa. Estuvieron los de la NKWD y ¡preguntaron
por vos!” hice caso a la advertencia y no dormí en casa, mi buen amigo me
aconsejó que huya a la zona de ocupación alemana, o sea al “General
Wubernamentu”. Me hizo documentos falsos con el apellido Rokitski, habitante de
Pruszkow. Partí para Wlodzimierz Wolynski, donde había una comisión de asuntos
para refugiados. Allá deambulé casi un mes tratando de conseguir entrar a
Hungría o Rumania. Las fronteras estaban fuertemente custodiadas por los
soviéticos. Empezaron a armar una lista “Biezencow” prometiendo que la comisión
alemana reanudaría la tarea y volvería a ese lugar. Cierto día el pueblo se llenó
de uniformes de la NKWD y “pendencieros”. Por lo tanto no dormí esa noche ni la
siguiente allí. Me fui al río Uscilug, distante algunos kilómetros del
pueblito. Esa noche empezó el movimiento. Indagaban según direcciones dadas y
con transportes los llevaban a la estación cargándolos en vagones de carga.
Pasé en el río una semana, alimentándome con “szczaw” hasta que luego me
descubrieron dos chicos y me traían pan
y comida. Quizás le contaron a su madre de mí. Pasaba la noche subiéndome a un
árbol (hacían batidas por el río con perros). Por suerte era verano. Recuerdo
que se desató una tormenta. Llovía a cántaros. Caían rayos. Me metí en una
parva de pasto, protegiéndome del diluvio. Cuando el pueblo se tranquilizó,
estos dos chicos me llevaron a la casa de unas personas que me escondieron
donde se guarda la leña. Hasta hoy admiro su entrega y coraje, se arriesgaban a
ser enviados a Siberia. Me alimentaron durante un mes entero como a su propio
hijo. La señora Lachowicz recordaba a su hijo hecho prisionero por los
alemanes: “quizás allí alguien ayude a mi Edzio”. Era marinero. Hoy analizo
esas vivencias recordando cuando hacía cola en Wlodzimierz-Wolynski y se acercó
a mí un hombre desconocido y me pidió dinero para comprar pan porque hacía dos
días que no comía. Todo lo que tenía lo había vendido. Yo tenía bastante dinero
(antes de partir de Brzesc mis padres me proveyeron). Le di bastante, dejándome
llevar por un gesto espontáneo. Era de Varsovia y se notaba que era pudiente. “¿Pero
cuándo y cómo voy a devolver este dinero?” Le dije “¡no se preocupe y tómelo!”
Luego cuando estuve en lo de esta gente pensé: “ya me lo ha devuelto”. Como
dije, estuve casi un mes en la casa de esta hermosa gente, quienes me ayudaron
y demostraron tanto afecto. El cruce de las fronteras ya era casi imposible.
Decidí volver a Brzesc. Mis padres estaban bajo la amenaza de ser enviados a
Siberia. Me enteré que un alto funcionario, no de altura sino de cargo, vivía
con unos conocidos de mi familia. Era realmente un enano y una caricatura
humana. De origen polaco y nacido en Rusia. Era un alcohólico empedernido.
Arreglaba “documentos” por una buena cena, abundantemente regada con vodka. De
él dependía la lista de los apellidos. Si fulano se quedaba o era deportado. Me
lo presentó esta gente. Como dije, una caricatura humana. De estatura quizás
algo más de 1,50, con cabeza grande y doble joroba. Aceptó mi invitación.
Fuimos a un restaurante en Brzesc. A esta cena nunca la olvidé. De inmediato
pidió al mozo una botella de “Moskiewska”, yo bigos con salchicha (no había
otra cosa). Las manos le temblaban como un enfermo de Parkinson. Sacó el corcho
de un manotazo y llenó con vodka los vasos. “¡Na zdrowie!” Lo acercó a los
labios y bebió como agua apremiándome a hacer lo mismo. Internamente empecé a
rezar: “¡Dios, ayúdame a beberlo!” Comencé a tomar como él sin dejar de tragar,
“si paro no lo termino” pensé. ¡Pero lo bebí! Enseguida me abalancé sobre el
bigos. Él, como si nada, se sirvió otro vaso y lo tomó sólo. Yo sentí que la
mesa se inclinaba y el piso empezaba a girar como un carrusel. ¡Ese fue mi
bautismo como bebedor! Tenía entonces 20 años. A pesar de todo el jorobado
cumplió su palabra. Mis padres evitaron la deportación. Sólo recibieron un
párrafo como “no sospechosos y orden de traslado a la frontera más cercana” a
45 km. Viajaron entonces a Wysoki Litewski a la casa de Zygmunt Malak y Czesia.
Y yo pronto detrás de ellos. Luego se hospedaron a algunos kilómetros del
pueblito en la colonia en lo de un campesino.
El 22 de julio me despertó el estruendo de
motores aéreos y movimiento en la ruta de Brzesc. Los de la NKWD escapaban en
ropa interior en masa, se había terminado la alianza. Algunas horas después
llegaron los alemanes en motocicletas, vehículos y tanques en línea continua.
Iban por el camino de Brzesc hacia el pueblo de Brzesc Nad Bugiem. La guerra
recomenzó, mejor dicho la segunda parte. Vuelvo solo a nuestra casa en Brzesc,
ocupada por familias soviéticas militares, y a lo de mi abuela María, la madre
de mi padre. A ella no la deportaron. Hablaba muy bien el ruso. Estaba muy
contenta de que al menos el nieto había regresado. Más o menos algunas semanas después
del comienzo de la ofensiva alemana llegó mi compañero de banco escolar en
uniforme alemán de ferroviario y levanta la mano “¡Heil Hitler!”. Pregunto:
“Roman, ¿qué broma es ésta?” Y él responde: “Hombre, hay que vivir y hay que
actuar. Fui nombrado Inspector, viajo por las estaciones de tren, registrando
los vagones perdidos de vista y saco montones de credenciales y documentos
varios. De paso contrabandeo”. Así conversamos hasta la noche. Cuando nos
despedimos me dio algunos papeles. “Revísalos” me dice. “Adios, Zygmunt y hasta
la vista”. Eso era prensa clandestina y formulario de reclutamiento ZWZ (los
comienzos de la Armia Krajowa). Le mostré esto a mi cuñado Zygmunt Malak, él
sólo sonrió “puedes confiar” me dijo. Tu amigo Roman no es un provocador. Así
comenzó mi servicio en la resistencia. Una de mis primeras tareas fue anotar la
dislocación de las unidades alemanas, las cuales ininterrumpidamente se
dirigían al oeste. Había que identificar los vehículos de cada unidad, anotarlos
en diferentes colores y preparar un reporte. Después de todo un día de andar
por las calles con las tripas chillando de noche dibujaba las marcas con los
correspondientes colores en finas hojas de papel. A veces toda la ración diaria
consistía en una manzana de nuestra huerta y una rebanada de pan. Luego por
intermedio de Roman Zuby recibí la orden de trabajo en el ferrocarril como
“Schaffner” o sea conductor. Eso me fue fácil porque en la estación de Brzesc
trabajaban subalternos de mi padre. Me dieron una credencial legal y podía
andar luego del toque de queda libremente. Aquí no voy a describir demasiado en
qué consistía mi función conspirativa. Aparentemente en la realidad trabajaba
para “el gran Reich”.
Realicé varios importantes informes durante
los años de la guerra hasta el momento de mi arresto. El 4 de marzo de 1944
empezó mi pesadilla. Estuve tres meses en la cárcel. Recuerdo como ironía del
destino cuando visitaba las cárceles de Brzesc, edificadas unos años antes de
la guerra, con el ingeniero que dictaba las materias prácticas sobre
construcción en hormigón. Estando en el tercer piso bromeé con mi compañero:
“aquí, Bronek, va a ser una linda piecita para ti”. Nunca imaginé que algunos
años después ese inquilino sería yo mismo.
Se acercaba el frente soviético. Saturadas
las cárceles, la Gestapo comenzó a “liquidar”. Acá voy a recordar y subrayar el
mérito de Jadwiga, una chica que nos llevaba paquetes con ropa y alimentos.
Estaba enamorado de ella y tenía la intención de casarme. Sobornó a los de la
Gestapo, que me torturaban y postergaban la “liquidación” definitiva. Objetos
de valor, brazaletes, relojes de oro les daba mi familia. Estas cosas
postergaban la sentencia definitiva y alargaban mi existencia.
La cárcel de Brzesc estaba casi vacía. Un
día cayó el carcelero a mi celda “toma tus cosas y entra” me empujan a un jeep
y arrancan. Cae la noche. Alarma de bombardeo. Comienza el bombardeo de la
estación de tren y del pueblo de Brzesc. A la mañana empujan a los prisioneros
(yo entre ellos). “Desvístanse”. Delante de las filas en uniformes blancos
pasan médicos alemanes observando a cada uno. Estoy parado todo tenso, siento
que se decide mi destino, como el de otros. La comisión médica terminó,
reparten algunos harapos con la inscripción “Su Kriegsgefangenen”. Forman
hileras y empujan a la estación de tren de Brzesc. Vagones de ganado esperan
sobre los rieles. Meten de a cientos en cada uno. Es el verano de 1944.
Comienzos de julio. El calor es insoportable. La sed es torturante.
Nuestro transporte lo dirigen hacia
Siedlce-Varsovia. Luego de una corta parada el transporte se mueve hacia
Rzeszy. Después de dos semanas pasando por distintas estaciones en Alemania en
las paradas abrían los vagones para tirar los cadáveres. La gente se moría de
sed. Yo me apreté en un rincón donde por una hendija tomaba un poco de aire,
como pez fuera del agua. La nariz sangraba por la debilidad. Finalmente paramos
en algún lado. Nos corrieron durante kilómetros hasta el campo junto a Metz (el
lugar se llamaba Bolchen) en un enorme campamento de prisioneros Straflager
FXII (Karolin-Kaserne). Estuve allí varios meses, hasta el comienzo de la
invasión a Normandía. Comenzó la evacuación en el centro de Alemania. Recuerdo
que pasamos por Dusseldorf ardiendo después del bombardeo.
Mujeres mayores sacaban baldes con agua a
la calle, los prisioneros sedientos se arrojaban sobre ellos. Rodeados por las
culatas de los guardias que alcanzaban a más de una samaritana mujer. Antes del
atardecer llegamos a un pueblito. Nuevamente un campo. No recuerdo cómo se
llamaba. ¡No podía creerlo! detrás del portón había una serie de enormes
cacerolas y junto a ellas cocineros, los cuales empezaron a repartir espesa y
grasosa sopa de repollo y un gran bollo de pan. Los prisioneros soviéticos
repetían, los alemanes amablemente les servían. La tragedia empezó a la noche.
Después de este festín muchos tenían las tripas retorcidas, vomitaban y se
defecaban encima. Miles estuvieron encerrados en esos enormes galpones.
Aullaban y agonizaban entre dolores. Hasta el día de hoy desconfío de la
generosidad de las autoridades del campo. Esa fue una pérfida manera de
aniquilamiento. Al amanecer cayó Feldwebel con un perro gritando “schweinerei”
golpeando a quien cayera y tirándole el perro. No sé cuántos quedaron vivos de
ese millar. El resto continuó la fatigosa marcha. Durante un ataque aéreo,
junto al camino había un bosquecito donde se tiraron primeros los de la SS
cubriéndose del ataque.
Había allí un grupo grande de polacos
deportados para trabajos en granjas. Escucho hablar correctamente en polaco y
les pregunté de dónde eran. Miraron desconfiados mis harapos y me preguntaron:
“¿usted es polaco?” “sí” contesté “entonces sáquese esos harapos y póngase ropa
de civil”. Me cambié y me mezclé con el grupo. Después de la alarma la columna
de prisioneros siguió marchando, luego marchó el grupo de polacos y yo con
ellos. Uno de los polacos, el que me vistió, me dijo que nos llevaban a un
campo civil en Kleinroseln Bei Forbach a una mina de carbón y cavado de
trincheras. El 1º de septiembre me escapé del campo de trabajo (quedé en el
terreno de la mina Kleinroseln) donde me escondió un fogonero que trabajaba en
bombas accionadas a vapor. Me metió en un horno en desuso. Allí estuve varios
días hasta la evacuación del campo de polacos. Un buen tipo este francés, que
compartía conmigo su sencilla vianda que traía para la guardia nocturna. Me
animaba que pronto llegarían las unidades del ejército del General Patton. Y
realmente se escuchaba el estruendo de los motores y el característico ruido de
las orugas de los tanques. Era mitad de noviembre. Empezaba a nevar. Se
acercaba la navidad. Los americanos frenaron la ofensiva. Sin embargo no
pararon los fuegos de artillería sobre las líneas alemanas y el terreno de la
mina. Estaban detrás de un río y de una línea de ferrocarril.
El lugar y las minas fueron evacuados de
civiles. Como siempre llegó mi protector para despedirse e informarme que a él
también lo evacuaban. Que las líneas del frente eran ocupadas por unidades de
las SS. La mina y la administración estaban ubicadas en una hondonada. En el
borde escarpado los alemanes ubicaron las baterías y tiraban hacia la ruta del
otro lado del ferrocarril detrás del río donde estaban los americanos. Los
americanos diariamente, de la mañana a la noche continuaban el fuego de la
artillería, dirigido hacia los terrenos de la mina, interrumpiendo a la tarde
(para “a cup of tea”).
Recuerdo la noche buena, estaba resguardado
en mi refugio, de donde después me fui cuando el edificio fue barrido por la
artillería americana. Cayó una espesa nieve. Se acalló la artillería de ambas
partes, sin embargo se sentía un peso en el corazón. Los recuerdos de la mesa
navideña y la familia reunida. Las canciones de la noche buena. Y yo allí solo,
como un topo escondiéndome junto con las ratas. Hambriento como ellas. Lloraba
(lo confieso).
Un par de días después, en mi escondite
aparecieron dos prisioneros soviéticos que venían del campo de Grossrosseln.
Uno se llamaba Fiedka y el otro Wolodka. Fueron hechos prisioneros en
Leningrado. A la noche salían de nuestro escondite y revisaban las abandonadas
casas alemanas trayendo comida y compartiéndola conmigo. Esa gente igualmente
pasó cosas terribles. Contaban que se hacía canibalismo. Yo me alimentaba con
papas congeladas, las que conseguía en los depósitos de la cocina del campo,
medio crudas. Prender fuego era peligroso. Así pasé hasta el 25 de enero de
1945. Los americanos estaban quietos. La muerte por hambre miraba a los ojos.
Tenía que tomar una decisión. Estaba en la
línea del frente alemán. Me decidí a pasarla. No había otra alternativa. Una
noche helada. El fuego de la artillería no cesaba. Tenía que pasar solamente
tres o cuatro kilómetros detrás del río. El terraplén del ferrocarril y un bosquecillo
de jóvenes pinos. Me llevó esto varias horas. Me caía y levantaba. Corría en
los intervalos de las explosiones de las granadas. Los tiernos pinos se
quebraban como fósforos y volaban por el aire. Hasta el río y el terraplén,
¡allí ya están los americanos!
Estaba cubierto de sudor, sentía que tenía
fiebre. ¿Cuánta energía tiene un hombre desesperado? El riacho estaba
parcialmente congelado y no era hondo, el hielo era bastante delgado y se
quebraba bajo los pies (yo pesaba no mucho más de 40 kilos). Empapado llegué al
terraplén. ¡El último esfuerzo! Me encaramé, crucé las vías, me acompañaba el
silbido de las balas golpeando los rieles. Las balas volaban sobre mi cabeza.
Después de algunos pasos me detuvo un
grito: “halt”, me congeló un pensamiento: “¿es que todavía estoy en las líneas
alemanas?” las piernas se me ablandaron como si fueran de algodón, el miedo me
erizó los pelos. ¡Sale como de debajo de la tierra en mameluco blanco no un
alemán sino un americano! ¡Gracias Dios mío! ¡Soy Libre!
Me ofrece cigarrillos, sólo pido pan. Me da
instrucciones sobre cómo y dónde tengo que ir y no salirme del camino (el
terreno está minado). Después me encuentro con otro. Me siento como un paquete
porque me llevan como una encomienda de sector en sector. Con un jeep me llevan
a la comandancia. En uniformes de campo, sin ningún distintivo ni rango. Luego
de las preguntas que me hacen deduzco quién es quién. Me preguntan quién soy,
de dónde vengo. Mi apariencia externa no era muy interesante. Sucio, barbudo.
“Soy polaco” “welcome welcome”. Veo el gesto preocupado del oficial que me
examinaba. Finalmente me pone bajo la nariz un mapa y me pregunta si sé para qué
sirve. Contesto que sí. El mapa topográfico de los alrededores de Kleinrosseln
y Grossrosseln.
Me pregunta si puedo señalar dónde está la
batería alemana que nos molesta. Una ojeada al mapa y marco el lugar con un
lápiz que me dan. “Thank you boy”. Toma el teléfono e imparte la orden de la
dirección del fuego. Luego de un intenso fuego se acalla la artillería alemana.
Los americanos me llevan al hospital de campo en Mohrauge. Tengo 40º de fiebre
y una fuerte tos seca. Siento como cuchilladas en el pecho. Allí estoy bajo
cuidados médicos. La convalecencia, luego Luneville, Naincy y París (campamento
Número Uno en Bessieres).
Allí finalmente me recupero, subo de peso y
el 1º de febrero de 1945, luego de minuciosas revisaciones, me aceptan para el
servicio del ejército. El 13 de febrero de 1945 parto con un grupo de
voluntarios al puerto Le Havre. Nos embarcan en el buque “Pulaski” transformado
en transporte y destinado a Inglaterra. Es una hermosa tarde. El puerto está
arruinado por las bombas. Tenemos que zarpar luego de la salida de un gran
buque con soldados americanos, más de mil hombres en cubierta. De pronto oímos
una explosión y vemos que el buque se inclina y comienza a hundirse. Lo
torpedearon.
Esperamos hasta la noche nuestro turno de
salida del puerto. Casi cuarenta horas de navegación nos llevó este viaje a
Southampton. Continuamente las alarmas y explosión de minas marinas arrojadas
por la escolta del convoy. Finalmente el 16 de febrero de 1945 el Pulaski
felizmente entró al puerto de Southhampton. Al día siguiente en tren llegué a
Balado-Bridge (el campamento de distribución en Escocia) donde el 17 de marzo
quedo designado a la División A.C. (construcción de aeropuertos). Salgo de
Escocia a Inglaterra a Gatwick-Hall (Surrey) donde queda mi División. El 5 de
noviembre de 1945 soy enviado al continente con la División a Alemania (esta
vez como ocupante). El 8 de noviembre llegamos a Wahn Bei Koeln.
El 29 de diciembre de 1945 cambio de lugar,
Quackenbrueck, al lado de Osnabrueck. Allá me espera una agradable sorpresa,
tengo que presentarme en la comandancia, donde me entregan un telegrama de
Romek del Canal Kilonski. Me dan unas
breves vacaciones (bajo mi responsabilidad). El 26 de enero de 1946 me dan mis
vacaciones reglamentarias y regreso a Inglaterra. Allí existió la posibilidad
de continuar mis estudios.
Fui admitido al examen de ingreso en
arquitectura. Lo rindo con resultados positivos. De trescientos cincuenta
postulantes ingresaron 65. Me otorgaron una beca de 20 libras mensuales.
Alquilaba en Londres sobre Victoria Street una pequeña habitación en un
subsuelo. El invierno londinense con niebla estaba en su apogeo. Estudiaba
vestido con el sobretodo militar y con guantes. Pero el peor problema eran los
trabajos prácticos de dibujo. ¡Con guantes no prosperaban! La temperatura en la
piecita era bajo cero. El agua en la pava se congelaba. La estufa a gas
funcionaba con medidor luego de arrojar seis peniques, la llama se encendía por
corto tiempo como para calentar la habitación. De esas 20 libras sacaba para
hacer encomiendas con alimentos y café a Polonia. Me alimentaba con sándwiches
y té.
Día por medio iba a almorzar a la cruz
roja, donde servían señoras ad honorem. Sopa caliente o albóndigas con papas
era comida paradisíaca. Me escriben de Polonia que Marek (mi sobrino) estaba
seriamente enfermo. Después de una gripe mal curada estaba amenazado de
tuberculosis. ¿Sería neumonía? Envío de inmediato Terramicina y Auromicina,
unos nuevos medicamentos. Gracias a Dios el niño se salvó, lo que fue para mí
una feliz noticia.
Hice solamente el primer año de
arquitectura. Reconozco que entonces me acobardé. Corté los estudios. Romek
nuevamente influyó en mi destino. Me aconsejó que saliera de Inglaterra. Quise
volver a mi país. ¡Mamá estaba desesperada! Entre frases en las cartas que me
escribía me advertía cambiar de idea. Romek me dijo “Vé, hermano, a la soleada
Argentina”. Podía elegir Australia, Nueva Zelanda, África Meridional, Canadá,
etc. Entonces me presento para emigrar a la Argentina. Tenía 27 años.
Aquí empezó una nueva etapa de mi vida.
Después de llegar al nuevo continente, estuve dos semanas de estadía en el
Hotel de Los Inmigrantes. ¡De nuevo el destino me sonrió! Así como después de
terminar los estudios antes de la guerra. Por un micrófono anunciaron el pedido
de un técnico o arquitecto para el Ministerio de Obras Públicas. Enseguida me
presenté y luego de una corta entrevista conseguí trabajo. El sueldo era muy
bueno. Mis amigos comenzaron con la mitad. Es el año 1948. Por mi futuro cuñado,
Wiktor Woyciechowski (vino conmigo en el barco “Empire Deben” con su esposa y
su pequeño hijo) me entero que va a llegar la hermana de su esposa, también de
Inglaterra.
Mirando el álbum pregunté “quién es esta
linda chica” “mi hermana menor Marysia”, me dijo Iasia Woyciechowska. Ya
entonces sentí conmover mi corazón. Un año después llegó a Argentina Marysia,
mi futura esposa. Enseguida que la conocí me enamoré. Casi enseguida llegó al
puerto de Buenos Aires el Warynski y en él mi querido Romek. “Querido hermano,
estoy enamorado, ¡me caso!”. También le gustó mucho. Vino con un enorme ramo de
claveles blancos y rojos, y yo con un anillo y fui aceptado. Nos comprometimos
formalmente. Debo recalcar que empezaron a rondar alrededor de Marysia muchos
de mis amigos. ¡No perdí el tiempo! El 22 de enero de 1949, delante del altar
de una iglesia de Buenos Aires nos juramos hasta la muerte, amor y respeto
mutuo. Marysia me acompañó fielmente hasta el día, trágico para mi, 14 de marzo
de 1984.
Era huérfana. Sus padres murieron estando
en las desgraciadas estepas rusas. Ella fue mi amiga, compañera inseparable,
esposa ejemplar y madre de mis tres hijas.
Compramos un terreno en Buenos Aires (Monte
Grande), donde comencé a construir nuestra primera casa. Aprovechaba cada
momento libre, cada día libre, domingos y feriados. Hoy pienso que le dediqué
poco tiempo a Marysia. Trabajo, trabajo y pocas distracciones, y ella solamente
tenía entonces 22 años. Se merecía más entretenimiento. Eso hoy me carcome la
conciencia.
Seguía trabajando en el Ministerio,
viajando diariamente al centro de la Capital, lo que me llevaba más de dos
horas ida y vuelta, en tren, autobús y subterráneo. Eso era pesado, sobre todo
en verano.
Llegó al mundo Krystyna (Krysia) Teresa, en
1949.
No tenáimos experiencia, ni Marysia ni yo.
Hacía calor con humedad (el típico clima de Buenos Aires). Krysia, que tenía
tres meses se enferma de diarrea, la criatura languidece frente a nuestros
ojos. ¡Marysia y yo estábamos desesperados! Vamos al médico buscando salvación.
Estábamos agotados por falta de sueño y nerviosos. Esta pesadilla dura casi un
año. Gracias a Dios Krysia luego se recupera.
El 4 de septiembre de 1950, viajando en
tren a la oficina, en el primer vagón detrás de la locomotora, el tren se estrella
en una estación contra otro. ¡El vagón donde viajo pierde el piso! Guiándome
por el instinto me aferro al portaequipaje. Me estiro hacia arriba, destrabando
mis piernas de los respaldos de los asientos que me aprietan como un acordeón. Hay
muchos heridos, varios muertos. Me acuerdo de las catástrofes de
descarrilamiento de las épocas de guerra, provocados. Tuve contusiones en la
pierna izquierda pero el hueso no se dañó. Perdí el sombrero y eso es todo. A
veces con el cambio de clima me molesta esta pierna. Como indemnización me
dieron en la oficina dos semanas de reposo. Lo aproveché para terminar la
casita.
En el año 1951 llega al mundo Basia
Malgosia. La partera me hizo una broma, sabiendo que yo quería un varón, la
vistió de celeste. Me sacó del error Marysia diciendo “¡tienes otra hija!”.
Ya hace cuatro años que trabajo en el
Ministerio. Mi incondicional jefe está contento conmigo. A fin de año propone
mi ascenso y cambio de categoría, lo que en la práctica equivale a un sueldo
mayor. Mientras tanto durante las actividades de oficina (estuve en la Sección
de Proyecto y Planeamiento) me llama el director de Personal (partidista). Me
invita amablemente a sentarme y me propone un café. Me pregunta si me gusta la
Argentina. Si estoy contento con el trabajo, etc. Sinceramente respondí que
trabajo con entusiasmo y entera lealtad. Ahí terminó la charla. Después de
algún tiempo me llamó todavía dos veces. La última entendí de qué se trataba.
Me estaba proponiendo que me inscribiera en el Partido del General Perón, el
actual presidente de la Argentina. Le contesté negativamente, explicándole, que
elegí la Argentina buscando un trabajo decente y libertad. Después de esta
charla, a fin de año desaparecí de la lista de ascenso. Mi jefe intervino, pero
sin resultados. Seguí trabajando pero me creaban situaciones desagradables
dificultándome la tarea. Renuncié. Quizás fue un paso algo riesgoso.
Nos fuimos a la desconocida Patagonia. Allí
trabajaba mi amigo Boguslaw Chmielowski, técnico vial. Me invitó a ir y me describió
con optimismo las amplias posibilidades para los constructores en Neuquén.
Supuestamente ya tenía reservada una vivienda para mí. Marysia decidió que no
me dejaba ir solo y se iba también. ¿Hacia lo desconocido?
El viaje de Buenos Aires a la ciudad de
Neuquén duró 40 horas en el Expreso Patagónico. Viajamos en camarote-
dormitorio. Durante ese viaje la pequeña Basia se intoxicó con leche del vagón
restaurante. Tuvo fiebre muy alta. A la noche llegamos a Neuquén. Soplaba un
terrible viento, el aire espeso de tierra. No podía esperar que amaneciera para
llevar a Basia al médico. Cerca de la estación estaba el único de la ciudad.
Gasté el último dinero en remedios y la visita. ¡No sabía que la pesadilla
recién empezaba! Al salir del médico Boguslaw me dijo que el propietario de la
casa (un italiano Calabrés) cambió de idea y no quiere alquilar la casa. Pero
encontró otra ubicación en lo de un policía. Se acercaba la segunda noche en
Neuquén. La segunda supuesta “vivienda” era directamente una choza, hecha de ladrillos crudos llamado adobe y
suelo apisonado. Como iluminación tenía una lámpara a nafta. Estábamos
mortalmente cansados. Marysia acostó a las nenas. Yo me dormí como una piedra.
De repente sentí la sacudida y desesperada voz de Marysia: “vení, vení, ¡mirá
qué es esto!” me acerqué a la camita de Basia, en la colcha andaban unos
insectos que habían saltado después que apagamos la lámpara. Pobre Marysia
empezó a llorar. “¡Volvemos al hotel!”. Al día siguiente encontré una vivienda
mejor, de ladrillos verdaderos. Me enteré de que esos insectos se llaman
vinchucas, son muy peligrosas y portadoras de la enfermedad llamada Mal de
Chagas, por el apellido del médico que descubrió el parásito que produce la
enfermedad cardíaca. Por suerte Basia fue picada por vinchucas no infectadas.
La nueva vivienda quedaba a 8 kilómetros de
la ciudad. Conseguí trabajo como técnico constructor en una obra de cuarteles
militares. A la noche hacía planos a particulares como trabajo extra. Después
de algunos meses empecé a presentarme en licitaciones públicas para YPF.
En el año 1961 llegó Marek. Y eso fue para
nosotros un acontecimiento feliz. Las chicas orgullosas de su primo hermano.
Justo estaba terminando la construcción del Hospital de Cutral Có. Marus me
ayudaba en el trabajo. Hoy tengo cargo de conciencia, quizás lo traté con
dureza. Pero tomé el rol del reemplazante del padre. En una ocasión cuando ya
se casó, en una conversación franca le pedí que me perdonara. Lo quiero como si
fuera mi hijo. Tenemos con él intereses mutuos: la pesca, la fotografía y el
cine. Probamos realizar películas.
Quise abrir un cine, pero de nuevo me
dieron por el lomo. ¡La asquerosa política! No me dejaron abrirlo. Perdí mucho
dinero. Descuidé mi ocupación principal como constructor. La salud de mi
Marysia empezó a flaquear. Le prometí que saldríamos de Cutral Có. Las chicas
crecían. Entendía que extrañaban la civilización y posibilidades de estudio y
otras distracciones. Tomé una decisión. Comencé a dar término a mis trabajos.
Los norteamericanos comenzaron con grandes contratos, tuve buenas posibilidades
de lindas ganancias, pero la familia ya no soportaba. Prometí ocuparme de otra
tareas distintas a la construcción. Vendí las propiedades que me quedaban. Dos
grandes locales y una linda casa.
Nos fuimos a Mar del Plata, compré un
hotelito. Me hice hotelero.
Voy a recordar todavía un suceso que me
afectó. En 1964 faltó poco para que quedara ciego. Estaban apagando cal viva,
me acerqué al barril y moví una pala enterrada. Hubo una explosión, la masa
caliente de cal se pegó en mi cara y ojos. Después de tres meses de curaciones
en el Instituto Santa Lucía de Buenos Aires, me salvaron la vista, hoy escribo
sin anteojos. Sin dudarlo la virgen de Jasna Gora (Monte Claro) continuamente
me envuelve con su protección. Con este convencimiento los cerraré (mis ojos)
cuando llegue el final del camino terrenal.
Zygmunt agrega a su carta del día 13 de
agosto de 1999 desde Mar del Plata, dirigida a mi (Ryszard Lawrynowicz, hijo de
Romek):
“PD: Te agradezco tu carta y la copia del
reportaje con Romek. Quiero corregir que no serví en la División SPITFIRE como
muchos de mis amigos, pero construí para ella pistas de aterrizaje. Quizás de
ahí viene el pequeño error. Sin embargo debo reconocer que a veces alguno de
mis colegas pilotos me llevaba a un paseo (de contrabando). Si a vos Rysiu te
interesa, podría escribir algo sobre la época cuando estuve con la División en
la ocupación. Te mando copia de las fotos que se salvaron”.
Zygmunt tiene en los alrededores de Bahía
Blanca, en el pueblito de Monte Hermoso, a 400 kilómetros al sur de donde vive
hoy, una casita de verano en la costa del Atlántico.
Viajaba regularmente sobre todo para
descansar y pescar. Ahora ya no lo puede hacer porque tuvo varios accidentes
automovilísticos debido a los cuales quedó seriamente afectado.
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