lunes, 23 de marzo de 2015
María Walewska, el amor polaco de Napoleón Bonaparte
María Leszczynska, éste era su apellido de soltera, nació el 7 de diciembre de 1786 en Kiernozia, una localidad del centro de Polonia, siendo uno de los seis retoños de sus padres. Pertenecía a una familia de escasos medios económicos pero que contaba con un largo pedigrí aristocrático. Cuando María tenía siete años su padre, Matías, murió en el campo de batalla, durante la guerra que enfrentó a Polonia con Prusia. Con 14 años, la joven María es enviada a una escuela de monjas en Varsovia. Sería precisamente en uno de los momentos de recreo en el patio del colegio cuando el conde Atanasio Colonna-Walewski (1736-1815) se fijaría en María. El noble polaco habría quedado fascinado por el rubio cabello de María y, en especial, por sus profundos ojos azules. Pronto el Conde se puso en contacto con la madre de María, para confesarle su intención de contraer matrimonio con su hija. Habida cuenta de su riqueza y su imponente patrimonio inmobiliario, que incluía un castillo, la progenitora de María no dudo en aceptar la propuesta, con la que todas las deudas de la familia serían saldadas y el futuro de María quedaría resuelto para siempre. Pese a la gran diferencia de edad- -la novia tenía en el momento de la boda dieciséis años, mientras que el novio sesenta y seis-, María casaba pues con el Conde Colonna-Walewski. El matrimonio discurrió, al menos en los primeros momentos, mejor de lo que se podría esperar. La joven esposa, que había sido educada en el amor al arte y la literatura, tenía libertad suficiente para disfrutar de la vida cultural de Varsovia, mientras que su marido no dejaba de agasajarla con regalos. Además, en 1805 María dio a luz al que sería el único hijo del matrimonio, Antonio Basilio Rodolfo (1805-1833). Sin embargo la vida de María estaba a punto de dar un giro radical. En 1806 el ejército francés entra en Polonia para liberar a este país de la ocupación prusiana. Sería precisamente durante esta operación militar, cuando María conocería a Napoleón, concretamente en la Nochevieja de aquel 1806. El pueblo polaco se agolpa en las calles para saludar al Emperador francés que pasea por las calles de Varsovia en coche de caballos. María, emocionada, se acerca al coche y pide ser presentada al libertador de Polonia, al hombre que pretendía derrotar a los enemigos de la nación polaca. Según el relato de los hechos, María le expresó su admiración más profunda. Napoleón, por su parte, se quitó el sombrero y la observó detenidamente. Acto seguido le ofreció un ramo de flores y le dijo: “Gracias por sus palabras, señora. Espero que podamos coincidir en el futuro en Varsovia”. El siguiente encuentro seria casi inmediato. Napoleón había quedado completamente embelesado con las facciones perfectas de la joven polaca y pidió a sus colaboradores que la buscaran. Cuando fue localizada, fue invitada a una fiesta privada del Emperador, pero María rechazó la convocatoria, aludiendo su estado marital. Napoleón no cejó en el empeño y poco menos que obligó al conde Colonna-Walewski a enviar a su esposa al baile en cuestión. En éste, María se muestra fría con el estadista galo, que termina la velada con un profundo sentido de frustración. En los días siguientes, María recibe decenas de misivas de Napoleón. Finalmente accede a encontrarse a solas con él, pero la cita termina en desastre. Napoleón no soporta la renuencia de María y acaba sufriendo un ataque de ira. María, aterrada, se desmaya y cuando despierta, se descubre en la cama de Napoleón. Éste se disculpa por su comportamiento y desde ese momento María comienza a apreciar las atenciones del francés. Era el comienzo de su historia de amor. Sin embargo, el idílico romance en tierras polacas se vio interrumpido cuando la mujer de Napoleón, la emperatriz Josefina (1763-1814), es informada del affaire de su marido. Inmediatamente le envía una carta en la que le propone reunirse con él en Varsovia. Napoleón se niega, aduciendo que el clima en la capital polaca es demasiado frío para ella. Al mismo tiempo, las noches de amor con María se suceden. María, ya profundamente enamorada del Emperador francés, se queda embarazada. Napoleón decide llevar a su amante a París, donde la gestación será vigilada por los mejores galenos. María vive con su hermano en el centro de París y ve a Napoleón de cuando en cuando. Desafortunadamente sufre un aborto natural. Con el objeto de superar la tristeza del aborto, María acompaña a Napoleón en su campaña en Austria. Será en Viena donde la pareja viva los últimos estertores de su apasionado romance. María vuelve a quedar embarazada, pero Napoleón ha perdido el entusiasmo por la relación. Su obsesión por tener un descendiente varón legítimo le lleva a buscar a una nueva esposa, descartando a Josefina. Finalmente en 1810 casará con la archiduquesa austriaca María Luisa (1791-1847). Cuando María conoce el anuncio de matrimonio se sume en la más profunda de las tristezas. Su hijo, Alejandro José (1810-1868), nace el 4 de mayo de 1810, llevando el apellido Walewski. Napoleón, arrepentido de haber dejado en la estacada a su amante, convierte a su hijo en Conde y pide a María que le deje verle. El Emperador comunica a María que su hijo cobrara de por vida una pensión de diez mil francos mensuales, una cantidad imponente para la época. María Walewska regresa con Alejandro José a Varsovia. Allí cría a su hijo y se convierte en una de las grandes atracciones de la sociedad varsoviana, al ser conocida como “la mujer polaca de Napoleón”. María nunca olvida a su amante. Cuando éste es enviado al exilio de Elba, María y su hijo le visitan. Pese al afecto que se profesan, Napoleón, desesperado por su situación personal, apenas presta atención ya a María, quien termina resignándose a la idea de que su historia de amor había llegado a su fin. Tras el fallecimiento del conde Colonna-Walewski, María decide rehacer su vida y casa con Felipe d’Ornano (1784-1863). Pese a que mantiene con él una excelente relación, María no olvida al gran amor de su vida, Napoleón. Maria Walewska muere en 1817, a la edad de veintiocho años, poco después del parto de su hijo Rodolfo Augusto. Sus restos descansan actualmente en la cripta familiar de Kiernozia.
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